Desde mi adolescencia había tenido un
sueño que no me dejaba en paz: llegar a ser escritor. Escribía y escribía cuentos, poesías, relatos, letras para
canciones, también mandaba cartas a amigos, novias o familiares. Estaba
convencido que para ser un reconocido escritor tenía que publicar un libro.
A medida que pasaban los años y no lograba esa publicación,
aumentaba mi desilusión. Frecuentaba talleres y cafés literarios, amigos literarios,
leía revistas literarias, miraba programas literarios, películas sobre
personajes literarios. Y no me daba cuenta de que, sin haber publicado un solo
libro, en realidad llevaba una vida de escritor.
Pero, yo me preguntaba incesantemente, ¿llevar una vida de
escritor es ser escritor? ¿Qué es ser escritor? ¿Escribir textos creativos y
originales? ¿Vivir de su producción literaria? ¿Publicar libros? ¿O sería
quizá, simplemente, ver la vida a través de un prisma particular, por el cual
todas las cosas, las personas y los acontecimientos se transforman en materia
literaria?
El mundo, me decía, estallando en un poema, urdiéndose en un cuento
o tramándose en una novela. Las obras estarían esperando escondidas dentro de
la realidad, y la responsabilidad del escritor sería descubrirlas, quitándoles
con paciencia y cincel, aquello que impedía verlas al observador común.
Finalmente comprendí que la obra ya terminada y expuesta a los
ojos del público puede (¿debe?) significar una experiencia estética, de distinta
índole según la sensibilidad de cada persona, generando ya sea placer,
reflexión, o rechazo.
Sin embargo, ¿cómo explicar la admiración ciega que puede
llegar a despertar en sus seguidores un determinado autor, si no emparentamos
los trabajos del artista con las proezas acometidas por los auténticos
descubridores, que se lanzan temerariamente a una aventura de la que nadie
puede saber si saldrán ilesos, derrotados o victoriosos? ¿Qué busca el
explorador que se interna en un mundo desconocido y peligroso? ¿Busca o se
busca? ¿Quiere, generoso, hacer un don a la humanidad? ¿Desea fama, prestigio,
adulación? ¿Compensaciones materiales?
Estoy convencido de que aunque muchos escritores ya realizados lo
negaran y lo ocultaran, todos escribían para ser publicados, leídos,
reverenciados y remunerados.
Pero, ¿ser publicado es una garantía de ser leído? Si dos personas
han escrito novelas, una de ellas las ha publicado y la otra no, ¿cuál de las
dos es más escritor? Acaso un libro que
se venda mucho, ¿no depende en algunos casos de cosas fortuitas, o de la
campaña publicitaria que haga la editorial, más que de su calidad?
Esos son para mi asuntos harto polémicos, lo se por artículos que
he leído. El problema central es esclarecer la relación entre escribir y vivir
de la escritura. Los periodistas viven de lo que escriben, sí, pero eso no les
da necesariamente el estatus de escritor.
En medio de todas estas tormentosas reflexiones y de mis
cotidianos padecimientos de dinero (sobrevivía haciendo todo tipo de trabajos),
recibí un día una gran noticia: una tía lejana que acababa de fallecer me había
dejado, inesperadamente, una suma de dinero en herencia. Por lo cual puede
comprar por primera vez a crédito un departamento propio.
Algunos meses más
tarde, me llegó una notificación del Fisco. «Qué extraño», pensé, «he pagado
todos los impuestos para la compra». El juez me ponía día y hora para la
audiencia sin explicaciones. Me presenté con cierto temor y me recibió un señor
que me anunció que el precio que había pagado por mi “depa” no coincidía con el
precio catastral de la zona donde se encontraba.
Alegué que había sido una victoria
personal, algo que logré después de muchas conversaciones con la anterior
dueña. Sin embargo se me indicó que había una importante diferencia en mi
contra de impuesto.
Sin embargo, el fiscalizador amablemente me indicó que podía
disentir diciéndome “Ahí tiene el documento donde se le notifica lo que adeuda,
y es sobre la base de este documento que usted tiene que escribir una carta
alegando lo que considere pertinente”.
En las semanas siguientes, escribí y rescribí la carta unas veinte
veces. La trabajé con pasión, como si fuera un poema, o mejor dicho, como un
documento que pasaría a la posteridad, que sería archivado y luego encontrado
por algún investigador, el cual la sacaría a la luz, la publicaría en una
investigación que llevaría por título «Escritores anónimos» o algo así, y miles
de personas caerían en la cuenta de que yo había sido un escritor y vendrían a
buscarme las editoriales que habían rechazado mis hermosas obras literarias.
Un tiempo después de haber enviado la carta, tal y como
requerían que se hiciera, es decir, por correo certificado y con aviso de
entrega, recibí la visita del mismo funcionario, quien me dijo que había leído
mi carta pero que de todos los argumentos que había detallado había un solo
punto que podía tomar en consideración: el poste del tendido eléctrico que
menciona al final y que está dentro de su propiedad.
“No quiero decir que el
Estado no tenga el derecho de poner un poste dentro de una propiedad privada:
quiero decir que entiendo que ese poste pueda haber hecho bajar el precio de la
parcela y por lo tanto se sale de las características catastrales del sector.
Como le dije, no es frecuente que suceda, pero en este caso, tenemos que
reconsiderarlo”.
Yo pregunté—Y lo demás de la carta, ¿no está bien?
—Son consideraciones irrelevantes jurídicamente.
—Entonces, ¿mi carta lo ha convencido?
El funcionario después de mirarme detalladamente me respondió:
—No es su carta lo que vale sino esta única palabra «ANULADO».
A continuación, se levantó y me extendió la mano cortésmente. La
entrevista había concluido. Mientras mis sueños literarios también se habían
esfumado.
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