Yo no sé a dónde van
ni de dónde vienen,
sólo sé que pasan por mi mente.
¿Será que no me escuchan?
¿Será que no comprenden?
Yo
sé que están ahí,
aunque ninguno me comprende.
Tal vez porque no me ven,
tal vez porque no me sienten.
Yo
veo muros que ellos no ven,
Yo siento cosas que ellos no sienten,
¿Será que mi familia no me ve?
¿Será que mi familia
no me escucha?
Ellos están ahí y no me ven,
ellos están ahí y no voltean,
parecen ignorarme;
tal vez porque mi familia
ha dejado de creer,
tal vez porque me siente ausente.
Yo
sigo pensando
que la vida permanece por ahí,
un poco escondida y a la deriva,
un poco loca y un poco niña,
pero siempre viva,
aunque con el corazón deshecho,
con el corazón vacío.
Yo
no sé de dónde vengo,
ni a dónde voy;
pero esa gente que me sigue,
que me cuida y me dice:
“Por aquí…” y “Por acá…”
¿Será que ellos también
habrán perdido el rumbo
y no saben a dónde ir?
¿Será que ellos también
están perdidos
y recurren a mi?
Hoy la vida me ha enseñado que
no siempre gana el que tiene más
o el que cree saber lo verdadero,
ni el que tiene la razón;
gana el que tiene amor,
el que sabe dar,
el que comprende
al que no comprende
y el que no se olvida de aquel
que todo olvida.
El presente poema lo hice en honor a mi padre, que en ese tiempo viviera y
tuviera la enfermedad de Alzheimer. Era yo en ese entonces Presidente de la
Asociación Alzheimer de Monterrey de la cual fui uno de sus fundadores.
Por
ello con gusto dedico este mismo poema a todas aquellas personas que tienen la
gracia o la desdicha (dependiendo de como uno lo vea) de tener en su casa o su
familia a alguien con este tipo de problema, quienes podrán haber olvidado todo,
menos su capacidad para amar y ser amados.