Zapallitos o la venganza de la Ale

¿Qué habrá hecho con mis zapallitos y de las berenjenas de la Gladis?

Al final yo sabía que iba a caer cuando la Ale me mandara a comprar zapallitos. Con la Ale hacía tiempo que andábamos a los tiroteos amistosos, pero ella, como todas las minas quería definir, y a mi, te digo, me gustan los partidos largos, sin mirar el reloj, y si suena el silbato final que suene, y que me encuentre como sea,o con diez goles a favor o perdiendo por goleada.

Un día, la Ale, se mandó esos vuelos rasantes por la pensión. Yo estaba solo, escuchando unos tanguitos, golpeó tres veces como era habitual y por la mirada me di cuanta que venía por lo de siempre.

Mateamos y me contó algo nada trascendente que le había pasado a la Gladis. Pero se refirió a la Gladis llamándola "esa", porque sabía de mi relación con la Gladis, antes de conocerla a ella. Me contó algo de la Gladis con el novio actual.

Yo le dije que se quedara, que iba hacer una sopita de verduras donde primaban los zapallitos que a ella la enloquecían. "Dale, me dijo", pero cuando me fijé en el cajón de manzanas que oficiaba de estante de las verduras, no había un solo zapallito.

"Ale", le mandé de una, "Aguantá, que voy a comprar al mercadito de los chinos". "Te espero", contestó, mientras picaba algunas verduritas". Me saqué las pantuflas y tapé la musculosa con una camisa azul arremangada, que la Ale me había planchado la semana pasada.

Yo sabía que a ella le gustaba vérmela puesta. Salí por Boedo y llegué hasta Maza, no había nadie en lo de Don King, que era el apodo del chino dueño del super.

Me fui derecho a los zapallitos. Cuando voy a agarrar dos gordos, pintones, una mano me toma mi muñeca. Sigo el recorrido del brazo, de ahí a los pechos y de ese lugar reboto con unos labios de fuego.

Todo eso era mujer, y esa mujer era la Gladis. "¿Que hacés, Edy?, me clavó el saludo. "Comprando", respondí.  

Ella, con dos bolsas de berenjenas, que seguro se las iba a dedicar, haciéndoselas en milanesas,al punto de turno como lo había hecho conmigo tantas noches, en donde, después de las milas nos caíamos en el Divanlito que ella tenia el arte de hacerlo cama turca en un segundo.  

Con la Gladis siempre y durante varias noches de milanesas y arrumacos en cueros nos encontraba la madrugada. Yo siempre pensé que las milas de la Gladis tenían algún derivado de los componentes de la marihuana, porque después de la segunda mila yo ya estaba volando entre las alas de sus piernas.

Me quedé paralizado, sin darme cuenta se chocaron las bolsas de nailon. Recogí lo que pude, lo metí donde pude y me fuí a la caja. La Gladis se sonrió y me dijo: "Otro día hablamos, Edy". "Sí, chau", contesté y encaré con paso rápido para la sionpe.

La Ale estaba revolviendo la sopa y ya había cortado todo, solo faltaban los zapallitos.


"¿Mucha gente?", preguntó. "No, algunas viejas de batón, que me hicieron retardar…". "Qué raro", acotó la Ale , porque a esta hora casi nunca hay gente". "Sí, pero todos los días no son iguales", contesté.


"Ale, cortate los zapallitos, que como el baño está vacío aprovecho y me pego una ducha". "Metele", me dijo.


Abrí la ducha, me enjaboné y entre el ruido de la ducha y los tangos de la radio escuche un grito desgarrador.


"¡Te cruzaste con esa puta de las berenjenas!". Mi mente empezó a mandar imágenes rápidas como una película de Chaplin.

En el choque de las bolsas yo había manoteado una de berenjenas que era de la Gladis y la Ale juntó tan solo dos cables para que la información hiciera saltar los tapones de nuestra relación.

Se fue, me tomé la sopa solo. Vaya a saber lo que hizo la Gladis con mis zapallitos.

Por Eduardo Petrizzi  

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