En uno de sus primeros reconocimientos al respecto, la FDA
norteamericana estimaba a mediados
de la década del 70, que el ser
humano estaba expuesto a más de medio millón de sustancias químicas, a lo
largo de su vida.
La Sociedad de Mutágenos
Ambientales, calcula que cada año en los países más industrializados
se introducen al mercado aproximadamente 50,000 productos químicos nuevos, sin
que quede aclarado cuál de ellos es potencialmente cancerígeno.
Lo terrible del caso, es que
no sólo desconocemos si lo que se fabrica es peligroso, sino que tampoco
sabemos a ciencia cierta qué es lo que se fabrica.
Muchos de los tejidos
corporales sometidos a dicha contaminación físico-química requieren de largos
años de exposición a las sustancias carcinogénicas para que un cáncer se
genere en ellos.
No obstante, el tiempo
de exposición es difícil de calcular, ya que depende del estado de las
defensas del individuo, de las dosis de contaminantes recibidas, del tipo de
sustancia y además, es esencial tener en cuenta que distintos tipos de
contaminantes pueden actuar simultáneamente y ejercer lo que se ha dado en
llamar un “ estímulo sinérgico” ( un producto potencia la acción
cancerígena de otro, acortando los tiempos necesarios para actuar), y esto último
convierte a los resultados en más peligrosos que si tuviéramos en cuenta a
cada sustancia por separado.
Por otro lado, es bien
sabido que las sustancias cancerígenas industriales producen tumores a personas
“no expuestas” a ellas; ya que estos elementos se incorporan al medio
ambiente ( agua, plantas, carnes, leche, etc).
También se ha comprobado
fehacientemente que un elemento cancerígeno débil se puede transformar en muy
potente, si se encuentra expuesto a una contaminación radiactiva, incluso de
características “leves”.
Lo que muy poca gente
conoce, es el hecho de que la exposición a los agentes cancerígenos deja una
“marca” carcinogénica teóricamente permanente en algunas células del organismo,
situación que las vuelve más susceptibles a los efectos de exposiciones
futuras. Esto significa que : las
células acumularían las alteraciones.
Según
John Cairms, cada tumor maligno es el resultado final de varias etapas
sucesivas de mutación celular.
Debido
a que los gobiernos de prácticamente todos los países del globo, se
desentienden del tema de una manera más o menos evidente, la única defensa práctica
con la que podemos contar es la “prevención”.
Pero, ¿
Cómo evitar que los miles de productos potencialmente cancerígenos nos
afecten?
En
primer lugar, interiorizándonos acerca de cuáles productos son más
peligrosos, y a cuáles estamos diariamente más expuestos ( presentes en los
alimentos de consumo habitual).
Tratar
de consumir la mayor cantidad posible de alimentos cultivados orgánicamente (
las plantas cultivadas con abonos químicos contienen mucha menos cantidad de
oligoelementos).
Reducir
el consumo de azúcar refinado y de grasas (estas últimas producirían una
sustancia cancerígena llamada malonaldehido, en especial cuando
la carne se cocina y se conserva muchos días en el refrigerador).
Incrementar
el consumo de fibras.
Comer
muchas frutas y verduras crudas, bien lavadas ( para eliminar todo vestigio de
insecticidas y plaguicidas).
Evitar
destruir con una cocción exagerada las vitaminas y los nutrientes de los
alimentos.
Ser
cuidadosos con el consumo del agua potable ( por su probable contenido en hidróxido
de sodio, Cloro, permanganato de sodio, y coagulantes como el sulfato de
Aluminio), además de ser alcalina, lo que favorece el desarrollo de cierto tipo
de tumores.
Estudiar
los tipos de conservantes, estabilizadores, colorantes y saborizantes, presentes
en los alimentos envasados que solemos consumir ( algunos aditivos son altamente
peligrosos).
Cerciorarse
si es posible, acerca del origen ( frigorífico?) o no, de los alimentos a
consumir ( los productos recolectados antes de llegar a la plena maduración,
contienen mucho menos vitamina C).
Evitar
las frituras sobrecalentadas y los aceites de fritura demasiado utilizados (
pueden contener acroleína cancerigena).
Evitar
los mariscos, pescados y crustáceos extraídos de áreas contaminadas con petróleo
( suelen contener benzopireno).
La otra
respuesta contundente, lógica y práctica consiste en “drenar” nuestro organismo periódicamente, y “elevar nuestras defensas
inmunológicas” hasta el grado en que nuestro propio organismo se
encargue de bloquear la acción de los productos en cuestión,
y lograr que el cuerpo “ lave ” la mayor proporción posible
de químicos desde la superficie y desde el interior de las células más
vulnerables.
Para
lograr este propósito, es posible recurrir a algunas especies vegetales exóticas
que cumplen perfectamente con esa función ( Shiitake, Auricularia,
Tremella, Viscum album, Pleurotus ostreatus, etc), o en
todo caso, a lo que en Homeopatía denominamos drenadores,
e incluso se puede lograr un resultado similar con altas dosis de vitamina
C y de vitamina A ( carotenoides) o también
utilizando oligoelementos como el Magnesio, el Zinc
y el Cobre, etc.
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