Si al nacer nuestra madre (o el entorno en general que nos rodeó), nos supo sostener para permitir que nos desarrolláramos espontáneamente, desenvolviendo nuestro potencial y no imponiéndonos un "deber ser", nuestra personalidad podrá mostrarse de adultos con espontaneidad, con nuestra creatividad al servicio de desplegar aquello que se veía desde nuestro propio origen como una semilla en latencia que pugnaba por desplegarse.
Si por otro lado, nuestra madre no fue libre de expresar su verdadero self y llena de inhibiciones ella misma, nos coartó la expresión espontánea de nuestro ser por estar ella misma al servicio de una máscara forzada y autoimpuesta de sobreadaptación, nuestra identidad se vio seguramente también forzada a responder a ese modelo, para complacerla, a expensas de coartar nosotros mismos la expresión de nuestro verdadero self.
¿Qué pasa con nuestro desarrollo en este caso? Pues nuestro ser verdadero queda tachado desde el comienzo a expensas de mostrar una imagen falsa que complazca al entorno.
La sobreadaptación en la letra
¿Cuántas veces nos encontramos con personas que deciden optar desde la adolescencia por escribir en letra de imprenta, por un afán de claridad que no lograron al escribir con cursiva?
Son personas que dicen haber tenido letra cursiva muy confusa, que necesitaron apelar a la escritura en imprenta para lograr ser entendidas y, por lo tanto, aceptadas al escribir, sin toparse con los comentarios desfavorecedores con respecto a su escritura cursiva, caótica e ilegible.
¿Y qué implica la letra de imprenta en esos casos? Un intento frustrado de poderse mostrar espontáneamente con su escritura cursiva.
Detrás de las escrituras habituales en imprenta siempre hay personas comentando que su letra era ilegible, que en el colegio les pedían que escribieran de un modo más claro.
Y esta demanda por adaptarse al medio y ser claros acalló la espontaneidad de su escritura habitual que, lejos de desarrollarse tendiendo a aclarar el caos que la misma adolescencia suscita, encubrieron tras la fachada de la imprenta.
La letra de imprenta surge entonces como una defensa que permite la adaptación, aunque forzada, del individuo a un entorno que no lo espera, y que le exige inmediatamente una claridad que el individuo todavía no logra tener espontáneamente como resultado de un proceso que se vio coartado.
Siempre vi detrás de la escritura en imprenta a un señor de traje o a una señora vestida para trabajar en una empresa, también de traje y con maletín dentro del cual llevan los mandatos sociales de ser adaptados y claros al servicio de intereses sociales, podados lo personales.
Un ser que se desarrolla más al servicio de lo exterior sin oír las propias demandas internas, generando un vacío en el desarrollo personal, fuente de angustia de aniquilamiento del propio ser.
Vemos en estos escritos en imprenta firmas más pequeñas, o si son grandes, totalmente ilegibles, comprimidas, apretadas, sin espacio para desarrollarse armónicamente y con un elemento siempre presente: la tachadura.
Un signo claro de autopunición, de negación del ser más íntimo al que no se le ha permitido crecer ni desarrollarse armónicamente, posiblemente por no contar con el sostenimiento adecuado del medio que no facilitó adecuadamente este proceso de ser con espontaneidad.
Mientras que en el resto del escrito, el ser social se desarrolló con la libertad que el medio le permitió, o sea al servicio pura y exclusivamente de los intereses y demandas sociales.
Pura cabeza sin cuerpo. Un yo-cuerpo mutilado en sus demandas, que se defendió mostrándose sólo a partir de sus desarrollos mentales, al servicio de cumplir con las exigencias superyoicas del entorno ya hechas carne.
Producto de esta adaptación forzada vemos una escritura en imprenta inhibida, no espontánea, con cortes por doquier, que amputan la libre y fluida expresión creativa del ser que debiera verse en los rasgos redondeados inexistentes en un escrito en imprenta.
Si incluso la imprenta es mayúscula, quedan sólo movimientos rígidos, rectos, grandes, de un ego inflado para compensar la inferioridad percibida de su ser mutilado, amputado, que logra sólo aflorar bajo esta máscara impersonal, adaptada a las exigencias laborales y profesionales pero perdiendo la riqueza de la expresión de sus verdaderos impulsos, que son vividos como agresivos, y que solamente se pueden controlar inhibiéndolos; lejos está el individuo de dejarlos aflorar para mutarlos.
Y ese control no solamente puede apreciarse en la letra rígida, sino que corporalmente también vemos a esas personas con una coraza muscular rígida que impide un movimiento muscular fluido y relajado.
Son personas que suelen manifestar rigidez en la zona del cuello, en los brazos, de hombros tensos y con contracturas permanentes que se asientan en el cuello, marcando un claro límite entre la cabeza (que es el entorno que gobierna la expresión en estos casos) y el cuerpo, cuyas sensaciones caóticas no logran ser aceptadas ni tenidas en cuenta. Una cabeza sin cuerpo. Un ser no integrado, escindido.
La curva y la recta: dos arquetipos gráficos
La curva en grafología implica lo blando, lo receptivo, lo femenino, lo creativo y generador, la pausa para asimilar.
La recta por otro lado, implica lo contrario, la autoafirmación rígida, lo duro, lo masculino, lo no receptivo, la energía que se impone, la tenacidad, la voluntad de actuar.
La mixtura de ambos arquetipos le da al individuo una sana plasticidad, pero ¿qué pasa cuando en un individuo predominan los rasgos masculinos, la actividad, la tenacidad?
Pues los valores representados por la curva quedan en la sombra, inhibidos y la persona pierde esa plasticidad creadora y se vuelve sobreadaptada a un ritmo estresante de demanda, sin la posibilidad de otorgarse espacio ni tiempo para lo lúdico, lo expresivo, lo emocional.
Comienza a perder sensibilidad, se torna autoritaria, excesivamente productiva.
Todo esto no está mal en la medida en que haya un tiempo para ambas cosas: un tiempo para producir y un tiempo para la recreación. Un tiempo para el ocio, y uno para el neg-ocio.
Para reflexionar
Detengámonos a pensar, a pensarnos, a auto-observar nuestras letras. ¿Hay mixtura entre curva y recta? Ninguno de los dos extremos habla de salud, que es equilibrio. ¿Cómo está mi letra?
¿Qué espacio le doy a mi desarrollo personal?¿ Le doy espacio a mi cursiva, aunque sea en escritos personales, para que se desarrolle con comodidad, sin autoexigirme la imprenta hasta para tomar apuntes para mí solamente?
¿Soy tolerante conmigo mismo ante las letras cursivas confusas que tienden a brotarme, permitiéndome un espacio introversivo para dejarme ser, hasta que se aclare mi mundo interno y brote mi cursiva clara y espontánea, o la podo radicalmente mutándola en imprenta en toda ocasión?
Por Claudia Gentile
Grafóloga Pública
http://www.grafosintesis.fullblog.com.ar
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