Nietzsche decía que hay que saber lo que se quiere y saber que se quiere.
Siguiendo mi ejemplo, si usted sabe que ambiciona para usted una vida en pareja y feliz, su soledad de hoy puede resultar un tormento, pero es una bendición si es resultado de haber interrumpido una pareja que el hubiera hecho la vida imposible.
Y el saldo de la tristeza, la melancolía en el fracaso deberían ser los estímulos sensoriales que usted merece conservar como pálido reflejo pero siempre alerta y listo para encenderse evitándole a usted caer en un error parecido.
A partir de nuestros trabajos con Gentian para superar experiencias de fracaso y obtener de ellas aprendizajes valiosos, podemos afirmar que el fracaso no es un problema a resolver, es una llave única que abre a la grandeza.
Para implementar este concepto hay que rechazar la idea de que el fracaso significa error o que algo está mal. El fracaso es un indicador sin vueltas: nos dice claramente una cosa y esa cosa es que lo que hemos venido haciendo, tal como lo hemos venido haciendo no funciona o no da el resultado que esperábamos.
A veces es cuestión de revisar nuestra ambición. A veces es cuestión de modificar los medios que hemos ensayado para alcanzar tal ambición.
También el fracaso puede revelar que fuimos imprudentes al evaluar o que hemos utilizado los criterios incorrectos a la hora de evaluar. A menudo sucede que lo que es fracaso para unos es éxito para otros.
Y esto significa que los parámetros de uno y otro son distintos y no el resultado en sí mismo. Un fabricante de sillas que vendió 5.000 unidades en un mes puede sentir fracaso mientras esas 5.000 sillas pueden representar el éxito rotundo para otro fabricante de sillas.
Cualquier conclusión a la que lleguemos acerca del fracaso es esencialmente una hipótesis y en su mayor parte, una reacción al desencanto, al miedo y a la desesperación que acompaña a la experiencia de fracaso.
Cuando experimentamos el fracaso, debemos recordar que se trata de una cuestión de interpretaciones. No sufrimos por un hecho dado sino por la lectura que damos a ese hecho.
Antes de que podamos interpretar adecuadamente las implicancias del fracaso, hay un asunto todavía más grande sobre el que concentrarse y que por lo general pasa inadvertido.
¿Sobre qué parámetros nos basamos para determinar la experiencia como fracaso? Tenemos suficiente amplitud de miras como para ver los otros costados de la historia y reconocer beneficios que también obtuvimos?
¿Hemos conocido a alguien importante que de otro modo no hubieramos tenido la ocasión de conocer? ¿Nos hemos enterado de algo?
¿Es esto que llamo fracaso, el registro liso y llano de algo específico, o es la marca predecible y necesaria hacia el siguiente nivel de la historia?
Thomas Edison decía que con cada fracaso le quedaba bien claro lo que no debía repetir. Al menos se evitaba una demora futura. Aprendía mucho en el fracaso.
Registraba bien cada fracaso, lo estudiaba de izquierda a derecha y de arriba abajo. Así es que un fracaso de hoy le permitía resolver errores futuros, incluso inconvenientes con los que todavía no se había topado.
Si, como yo, usted tuvo muchos fracasos con su computadora, sabrá a lo que me refiero. Cada fracaso deja una marca y un aprendizaje de grandiosa utilidad para el futuro.
Uno nunca sabe cómo va a volver a utilizar esa información pero lo cierto es que la experiencia resulta valiosa cuando un episodio parecido vuelve. Y nos sentimos brillantes y magníficos a la hora de resolverlo con comodidad, rapidez y eficiencia.
Cuando nos referimos al fracaso como algo malo, inevitablemente tenderemos a evitarlo. El proceso solamente puede conducirnos en una dirección adoptando una postura defensiva.
Es decir, optaremos evitando males en lugar de persiguiendo bondades. Elegiremos por temor y por descarte, y no por ansias, o por curiosidad.
Si nuestra actitud toma la forma defensiva en una guerra sin fin, o toma el proceso evitativo, sobreviviremos, pero raramente ganaremos.
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