Para quien haya iniciado una lectura de Freud, es sabido que sus primeros artículos no son psicoanalíticos. En esos primeros tiempos, era el neurólogo Freud el que escribía. Aún no era el padre del psicoanálisis.
Al crear el psicoanálisis da un profundo viraje a la ciencia de su época. Sin embargo, no vamos a profundizar en la disquisición de si el psicoanálisis es o no una ciencia.
La creación freudiana cambió radicalmente la forma de abordaje, los tratamientos, como las curas que se hacían con los pacientes, llamados entonces, enfermos nerviosos. Era un momento previo a llamarlos con más precisión: neuróticos.
Cuando Freud presenta sus Lecciones introductorias al psicoanálisis, entre 1916 y 1917, se dirige a los legos, gente sin conocimientos acerca del psicoanálisis. Y nos parece interesante ver el camino que recorrió para hablar de su invención. Comienza con los actos fallidos, los lapsus y los sueños.
Mientras trataba estos temas, aceptaba las críticas y los aportes que pudiera hacer el auditorio de sus conferencias. Si lo hizo de ese modo fue porque tanto los sueños como los fallidos son fenómenos que todos conocían, y de los cuales podrían tener la misma experiencia que Freud.
En una de esas conferencias plantea algo muy importante. Dice: “…quisiera iniciarlos en la comprensión de los síntomas neuróticos…debo advertirles que al tratar los fenómenos neuróticos no podré suponerlos colocados con respecto a mi en la misma actitud que en mis anteriores lecciones”. Les dice que los fenómenos neuróticos son algo que ellos no manejan.
Pide que lo escuchen atentamente y que se abstengan de criticarlo. Lo que está buscando es estimular el pensamiento de la audiencia y desvanecer algunos prejuicios. Quiere exponer la concepción psicoanalítica de los fenómenos neuróticos.
Esa conferencia, es la Nº 16, y la tituló como “Psicoanálisis y psiquiatría”. Freud, el neurólogo con pretensiones de haber creado una nueva ciencia, ya desde el título mismo, trata de diferenciar al psicoanálisis de la psiquiatría, la que queda del lado de la ciencia.
No es extraño que ambas disciplinas manejen cierta terminología en común. Nos interesa rescatar un término conceptual que separará nítidamente al psicoanálisis de la psiquiatría: el síntoma.
En medicina, un síntoma es siempre señal de otra cosa, una cosa, se podría decir una enfermedad, pero nunca un sujeto. De la historia del paciente sólo toma lo que pueda conducirlo a formular el diagnóstico de una enfermedad.
El enfermo, sujeto de una historia sufriente, es apartado de su raciocinio clínico, por que todo médico debe ser científico. El acto psiquiátrico debe ser un acto médico: describe síntomas y los diagnostica como enfermedad, medica síntomas y hace creer que está curando la dolencia.
Marcábamos la diferencia entre ambas disciplinas, pero a partir de esta conferencia así titulada, hay otras cosas que Freud quiere diferenciar. En principio, su postura respecto a la audiencia es otra, el síntoma no es lo mismo para ambas disciplinas, pero también dentro del mismo psicoanálisis el síntoma es diferenciado de las otras manifestaciones del inconsciente. Le va a dar un lugar diferenciado.
Lacan dirá al respecto: “síntoma y sueño son tan diferentes como un poema épico y un trabajo sobre la termodinámica…el síntoma está inserto en un estado económico global del sujeto, el sueño es un estado localizado en el tiempo, es sólo una parte de la actividad del sujeto, en cambio el síntoma se despliega en varios terrenos”.
La Tramdeutung, La interpretación de los sueños, es a mi entender, el mojón inaugural, el primer gran trabajo psicoanalítico freudiano. Cito nuevamente a Lacan:
“Allí se trata del sueño, pero también como trasfondo, del síntoma neurótico. Pone en juego la estructura del lenguaje en general, y en particular la relación del hombre con el lenguaje…a Freud no le interesa la totalidad de lo que hay en el sueño, sino únicamente un elemento semántico, la transmisión de un sentido, de una palabra articulada, eso que él llama pensamientos del sueño.” (1)
Anotemos: sueño, como ejemplo de formación del inconsciente, lenguaje, sentido. Lo retomaremos más adelante.
Quisiera contarles una pequeña viñeta clínica, que creo que ejemplifica claramente la forma en la que un significante habla, en el ámbito de un análisis, por medio de una formación del inconsciente.
Un paciente, al que llamaré Ricardo, hacía más de dos años que estaba en análisis, traía una abundante cantidad de formaciones del inconsciente. Llegaba puntualmente, no faltaba nunca, asociaba libremente, pagaba en término.
Digamos que entre otras cuestiones, presentaba una inhibición en la escritura. Le gustaba hacerlo pero algo muy fuerte se lo impedía. Los sueños de Ricardo, eran muy floridos, algunos eran verdaderas historias, otros parecían poesía, también estaban los más oscuros y enigmáticos, pero no exentos de cierto brillo.
Hasta que comienza a tener sueños en donde aparecía un primo suyo: Omar. Ricardo se preguntaba por que aparecería Omar en sus sueños, y curiosamente, sentía una clara sensación de temor.
Hacía mucho que no lo veía, no pensaba en él, no había restos diurnos que le permitieran asociar algo con su primo Omar. Los sueños con Omar insistían, y Ricardo, no podía avanzar en esos momentos. Un enigma angustioso le generaban los sueños con su primo Omar.
Luego del 4º o 5º sueño con su primo, Ricardo, por fin dice: “Mi primo Omar, tiene por segundo nombre Duilio y su apellido es Cámpora. Sus iniciales son O.D.C…no me dice nada ODC….ODC_ODC_ODC: ¡ Deseo!!!!, es el campo del deseo.!.
Cuando Ricardo soñaba con su primo Omar, eran sueños que le planteaban un enigma acerca del campo del deseo, el que le generaba un gran temor.
Volvamos a las Lecciones introductorias… No es casual por donde comienza Freud estas lecciones del 16 y 17. Coincide con la temática de los primeros escritos netamente psicoanalíticos: “La interpretación de los sueños”, “Psicopatología de la vida cotidiana”, y “El chiste y su relación con lo inconsciente”.
Estos textos, están plagados de ejemplos, como muestras que le permiten demostrar la forma en que el inconsciente se manifiesta, cómo salen a la luz las producciones del inconsciente y de qué manera entenderlas, cómo interpretarlas, cómo leerlas.
En un texto prepsicoanalítico, “Tratado del alma”, dice Freud: “La palabra y las palabras son los instrumentos esenciales del tratamiento anímico.” Todavía no hablaba de psicoanálisis pero ya le daba un lugar esencial a la palabra. La palabra está en el eje de la experiencia psicoanalítica.
En la cura psicoanalítica, el analista le dice al analizante que hable. ¿Pero hablar de qué?. De cualquier cosa. De lo primero que se le ocurra. Diga lo primero que le viene a la mente aunque le parezca descabellado, sin sentido, o descontextuado.
En principio no importa de qué, pero hable. Lacan postula que no hay azar en nada que se diga por azar. En esto se basa la asociación libre. El psicoanálisis, por la vía de la palabra trata de modificar la posición del sujeto sufriente.
Lo que estamos tratando de poner en claro es el lugar de la palabra en las formaciones del inconsciente, de las cuáles nos interesa especialmente el síntoma.
Para la producción de toda formación del inconsciente, es necesaria la participación de dos series motivacionales, una es siempre sexual y la otra, simbólica: el factor de la palabra.
Hay muchísimo para hablar de los síntomas, pero sólo voy a tomar un pequeño recorte. Para Freud, son actos nocivos o inútiles que el sujeto realiza contra su voluntad, sintiendo displacer o dolor. Hacer un síntoma implica un esfuerzo psíquico como también lo es luchar contra él.
Tanto esfuerzo agota la energía psíquica del sujeto y lo debilita en el resto de sus actividades. Habrán notado que dije, hacer un síntoma, y no, tener un síntoma. Esta es otra gran diferencia entre el psicoanálisis y la psiquiatría.
Los síntomas neuróticos son un conflicto surgido alrededor de un nuevo modo de satisfacción de la libido. Como la libido está insatisfecha tiene que buscar nuevos modos de satisfacción. Lo paradójico es que la satisfacción se manifiesta en sufrimiento.
El síntoma surge de manera deformada, como una realización de deseos libidinosos inconscientes, presentando dos sentidos totalmente contradictorios. Además poseen un sentido propio y una íntima relación con la vida del sujeto en el cual surgen.
“El síntoma, como toda formación del inconsciente, es un enigma. El enigma del significante no se resuelve en una dialéctica de representación, sólo se resuelve en la dialéctica de la cadena de significantes. Es por eso que detrás de cada síntoma, sólo y siempre está el sujeto, y su cura consiste exactamente en su surgimiento, o si se quiere, en la reintegración de su historia.”
El síntoma como el sueño y otras formaciones del inconsciente, presenta cierta realización, procurando una satisfacción de deseo inconsciente al modo infantil. Pero como opera la condensación y desplazamiento, esa satisfacción puede ser de un pequeño fragmento de todo el complejo libidinoso.
Freud entró por la puerta de las relaciones entre el deseo y el lenguaje y así descubrió los mecanismos del inconsciente.
En cierto momento, Freud plantea algo fuerte: “todos somos neuróticos ya que llevamos en nosotros las condiciones de formación de síntomas.” Es necesario que el sentido sea inconsciente para que el síntoma se produzca.
Freud trata de dejar en claro lo relativo al sentido de los síntomas, a lo inconsciente y a las relaciones existentes entre estos elementos. Al hablar de sentido, se refiere a su procedencia(¿de dónde viene?), a su fin (¿ a dónde apunta?) y objeto ( ¿para qué?). Lacan dirá que un sentido es un orden que surge.
Freud sostiene siempre que el deseo en juego en el sueño como en el síntoma, inclusive durante la infancia, es un deseo sexual. El síntoma tiene un sentido, es una dolencia que interroga y que toma al cuerpo por la vía de la palabra.
Les comento otro pequeño fragmento clínico, de una paciente que concurría desde hacía varios meses, nunca había faltado, llegaba puntual, estaba instalada la transferencia. Inclusive cuando yo tomé vacaciones, ella se lamentaba de no contar con su espacio de análisis por unas sesiones.
Entre otras cosas, había llegado a la consulta por su bulimia, la que se estaba poniendo a trabajar en ese análisis. Además, su relación con su marido no era buena. No lo amaba y planteaba la posibilidad de separarse.
Por primera vez no concurre a sesión y no avisa. Pasa una semana más y tampoco asiste. Comienzo a llamarla por teléfono y no respondía nadie. Estaba empezando a preocuparme, y haciendo todo tipo de conjeturas. Luego de tres semanas de ausencia en el tratamiento, Susana me llama para retomar.
En ese período en que no concurrió no podía hablar. No le salían las palabras al principio, luego podía emitir sonidos casi inaudibles pero sólo con mucho esfuerzo. Le pregunto que más pasó en ese tiempo y me relata que ya no vive más en el departamento que le había prestado su padre.
Hicieron un trueque, su papá fue al departamento en el que vivía Susana, y ésta se fue a vivir con su marido a la casa de su padre, que es la misma casa que la paciente habitó hasta antes de casarse. Una mudanza que la dejó muda. Literalmente se mudó: hizo una mudanza y se mudó, se quedó muda.
Del más simple al más complejo de los síntomas, la función del significante se muestra en ellos prevalente, por tomar en ella su efecto en el nivel del juego de palabras.
Es siempre en el empalme de una palabra, a nivel de su aparición, de su emergencia, donde se produce la manifestación del deseo. El deseo surge en el momento de encarnarse en una palabra. Surge con el simbolismo
Voy a tomar una cita de Lacan respecto al inconsciente: “el inconsciente es la suma de los efectos de la palabra sobre un sujeto, en el nivel en que el sujeto se constituye por los efectos del significante.” Del síntoma dirá que “es el mutismo en el sujeto que se supone que habla.”
El sujeto es exactamente lo que el síntoma oculta. El síntoma es un bien por y para el sujeto. Es una salida de salud, momentánea, precaria, pero la única que puede garantizar cierto orden del sujeto.
Todo este rodeo es para dejar en claro que el sujeto está tomado por el lenguaje, y que el sujeto está descentrado con respecto al individuo. En un fallido, en un lapsus, se da cuenta de que algo habla.
Lo que el sujeto hace tiene un sentido: habla a través de su comportamiento, como a través de sus síntomas, como a través de todas sus actividades marginales de la actividad psíquica.
Ya no podemos evitar el concepto de subjetividad. Lacan dice: “es un sistema organizado de símbolos que aspiran a abarcar la totalidad de una experiencia y animarla y darle sentido”.
O sea que hablar de subjetividad, implica hablar de una función simbólica. Si recurrimos insistentemente a Lacan, es por que ha sido un lector muy agudo de Sigmund Freud.
En un momento histórico hubo una marca, algo que al sujeto lo satisfizo totalmente, y por la vía del lenguaje, se repite esa primera marca. Queda una cicatriz, una escritura en el cuerpo, la pulsión queda atada a la cicatriz significante.
Lo que era una huella, una marca, por la represión pasa al inconsciente y se hace significante, que es el que representa al sujeto para los demás significantes.
La función del significante en su autonomía, es la de indicar la posición del sujeto respecto a la verdad. La verdad de aquello que él desea.
Cada sujeto entra en un lugar adjudicado antes de que nazca. El sujeto entra en lo simbólico de la mano del significante. Vale decir que lo simbólico es el mundo del lenguaje. Y un lenguaje es un conjunto de signos que tienen autonomía.
El lenguaje es algo material y es el instrumento de la palabra. En un lenguaje hay algo para decir, algo para expresar. Lo que se dice son palabras. Una palabra, dirá Lacan, sólo es una palabra en la medida en que alguien crea en ella.
“El inconsciente tiene la estructura radical del lenguaje, en él opera su material según unas leyes que son las que descubren el estudio de las lenguas positivas.”
Cuando alguien habla, en su discurso cotidiano, emplea palabras comunes y corrientes. Son comunes porque son de todos, y son corrientes por que circulan, remitiendo siempre a otras palabras.
En el discurso psicoanalítico, esas palabras comunes y corrientes, tendrán otro estatuto, el de significantes, y el sujeto deberá vérselas con los significantes donde ha quedado coagulado.
El hombre entra en el lenguaje, por un acto: el acto de hablar. El sujeto del psicoanálisis, el sujeto en el sentido freudiano, es un sujeto que habla, el ser hablante, el parletre. Y el sujeto que habla está más allá del yo.
Esta palabra, es un neologismo que inventa Lacan, que condensa dos palabras: parle y etre. Hablante y ser. El hablante-ser del síntoma.
Cuando vulgarmente alguien comienza a hablar suele decir: “ voy a tomar la palabra”. Sería más correcto decir así: “soy tomado por la palabra”. Cuando digo: “tomo la palabra”, implica un descompletamiento de cierta totalidad, soy tomado por ello en una aventura que me lleva por un desfiladero que no sé adónde me conduce ni dónde termina.
Es un riesgo que debe asumir el parletre. Hay algo en mí que habla más allá de mi voluntad, que dice sin que yo lo sepa, que aparece más allá de mis intenciones yoicas. En términos freudianos, podríamos decir que las manifestaciones del inconsciente, dan cuenta de la escisión del yo.
¿Y qué hace un psicoanalista con esto?. Primero está la implicación de escuchar, que es la condición de la palabra.
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