Una mujer de 50, un hombre de 60, sus vacíos y sus prejuicios: Primera Parte

Queridos lectores, nos reencontraremos semana a semana con algunos temas que me apasionan, y este es uno de ellos : el prejuicio y los miedos que impiden a muchos hombres y mujeres enriquecerse humanamente para poder dar... y recibir...

Que le aplicaba métodos con resultados dudosos Nombre  Chino Tengo una vecina de 82 años que

Tengo una vecina de 82 años que, en pleno uso de sus facultades mentales y viviendo una hermosa vejez -con los achaques propios de la edad -, vive atormentada porque su hija, de 55 años, no consigue pareja.

 Todas las semanas me llama por teléfono, y me dice: “Explicame, Dora, vos que sos psicóloga, por qué Mariela no consigue pareja, si Fulanita que es viuda se casó, y Menganita es separada y encontró un marido con 4 hijos.

Qué pasa con Mariela, ¿por qué ella no pudo? No es fea, ni desagradable; es inteligente, tiene un trabajo estable, tiene amigas, crió un hijo ¿Por qué …? ¿Qué va a ser de ella cuando yo no esté…? Dios mío, no quiero dejarla sola…” 

Mariela es hija única, tuvo un matrimonio desgraciado con un hombre que la engañaba, y que se ocupaba de esquilmarla económicamente, hasta que finalmente la abandonó.

Así volvió Mariela a su familia nuclear, cabizbaja, vencida, sin marido, sin profesión, sin dinero y con un hijo de dos años para criar. Consiguió trabajo: 10 horas fuera de casa, 10 horas lejos de su chiquito.

Ella aceptaba esta situación laboral sin angustiarse, pues descansaba en su madre, esa abuela vigorosa de 53 años que firme y optimista se dedicaba a mimar y educar a su nieto.

Años más tarde, el hijo – heredando todas las argucias paternas -, estudió Relaciones Públicas y emigró, olvidándose de su madre y su abuela. Su deseo era recuperar a ese padre perdido, tener una figura masculina con quien identificarse, ya que fue criado por dos mujeres, y estaba hambriento de una imagen paterna.

Pero este padre seguía siendo el mismo, un buen psicópata; tenía un hogar, otros hijos; después de un tiempo aceptó vincularse con el hijo abandonado, nada más y nada menos que para aprovechar su posición social y sus contactos, que le fueron beneficiosos para su trabajo. 

Las dos mujeres, que habían dejado sus vidas por Ariel, se encontraron solas, como vacías, sin lugar donde poner su amor, afianzando aún más su vínculo edípico. Mariela se sentía nada sin su madre y su madre sin Mariela se sentía muerta. 

Después de mucho sufrimiento, con pánicos y miedos, encontraron una solución a sus vacíos: decidieron adoptar un bebé.

Ambas soñaban con el olorcito del cuerpo de un recién nacido; querían una nena, para terminar de conformar el matriarcado y no ser abandonadas otra vez por una figura masculina.

No la consiguieron, pues los jueces sólo le daban recién nacidos a parejas jóvenes; a mujeres de cierta edad les proponían la adopción de chicos mayorcitos. Ellas rechazaron la propuesta, especialmente Mariela.

¿Qué había detrás de esta negación ? Mariela había heredado de su mamá una posición frente a la vida del todo o nada; no le faltaron oportunidades de formar pareja, pero “…uno porque era petiso, el otro porque era demasiado joven o demasiado viejo, o porque no era judío, el otro porque no le gustaba a su mamá…”, sus excusas lograban mantenerla sola, pegadita a su mamá. 

Esa posición del todo o nada también la llevó a frustrarse como madre adoptiva. Porque el ‘todo’ significaba no adoptar chiquitos grandes o un poquito más grandes de dos años: o un bebé o nada.

Y así se quedó durante mucho tiempo, con los brazos vacíos, sin nietos, sin hijos; su mamá, envejeciendo, y ella buscando y buscando sin encontrar nada.