Tan naturalizada está la violencia en nuestro medio, que muchas veces, cuando sentimos que nos pueden ver como tontos en una determinada situación, decimos con total espontaneidad y soltura “No soy un niño de jardín de infantes”

Esta expresión puede pasar casi inadvertida, lo cual marca el grado de naturalización de la mirada que subyace a dicha afirmación: “ser niño es ser ingenuo y tonto, es no saber, es no ser (adulto)”. Pero a pesar de ser tan común, es una expresión de violencia.

Evidentemente, no somos concientes de esta actitud tan perjudicial para los niños y para nosotros mismos, los adultos. Perjudicial para ellos porque no se reconoce su capacidad de observación, su etapa evolutiva, su propia lógica, sus intereses y necesidades. Perjudicial para nosotros, porque nos impide entrar en ese mundo maravilloso del jardín de infantes.

Lo que está en juego, lo que subyace inconscientemente, son operaciones psicológicas que facilitan la violencia. Una de dichas operaciones consiste en subrayar y exagerar las diferencias entre los distintos grupos humanos, lo cual llevado al extremo, produce todo tipo de discriminación.  

Dice Fernando Onetto que donde hay asimetrías hay riesgo de violencia. Pensemos en todas las asimetrías que son parte de la escuela, asimetrías generacionales, de roles, de saberes. Pero esto no implica que haya violencia, dado que docentes y alumnos pueden complementarse y enriquecerse en dichas asimetrías.

Sin embargo, toda asimetría puede ser usada también como posibilidad de someter al otro, de controlarlo, y así desplegar el propio poder.

Los eslabones de la cadena de violencia

El niño que es víctima o testigo de violencia familiar viene al jardín con una mochila que le urge hacer más liviana. Muchas veces esto lo intenta pasando del lugar de víctima al de victimario (pasivo-activo), otras veces se aísla como consecuencia del maltrato, ya que todo el entorno le genera desconfianza.

Cuando un niño agrede a otro estamos frente a un tramo de la cadena de la violencia, pero esta no termina en la víctima y en las consecuencias que le acarrea (baja autoestima, miedo, pesadillas, enuresis, etc). Todos los testigos de esa situación de violencia son afectados, sobre todo si no se pone freno al acto de agresión, si se pasa por alto o se mira hacia el costado.

Los testigos indiferentes sufren también consecuencias (sienten miedo de ser el blanco de otras agresiones). Y hasta la misma institución se ve afectada en esta cadena, ya que se dificulta el logro de sus objetivos y empeora el clima institucional.

Es importante la detección precoz de los indicadores de maltrato infantil. (se pueden incluir acá los indicadores)

La tarea preventiva implica trabajar con los padres, ayudarlos a hacerse cargo de su función de adultos responsables de sus hijos.

Trabajar de manera interdisciplinaria, con apoyo profesional, para poder leer las situaciones conflictivas en los grupos, para darle sentido al acto violento de un niño y no congelarlo en una sanción autoritaria, que en definitiva, es también violencia.

A la violencia no se le responde con violencia, sino con participación, respeto, palabras que descifren los actos violentos, y sobre todo amor.

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