Cómo prepararse para la separación

No hay separaciones sorpresivas. ¿O sí…?

Una amiga me escribió para contarme que se está preparando para convertirse en separada, y
la verdad, me dejó pensando en cómo a veces insistimos en negar, aunque sea de
la boca para afuera, que la pareja no va más y se avecina la separación.

Porque no hay separaciones sorpresivas. Todos los que hemos pasado por una
ruptura (y a TODOS nos ha tocado alguna vez) sabemos bien que hay señales
previas más o menos evidentes de que el barco se está yendo a pique. ¿Y qué
hacemos?

En lugar de ponernos el salvavidas y prepararnos para saltar, nos
ponemos a sacar el agua con un jarrito, y en el colmo de la estupidez, cuando
nos damos cuenta de que alguien nos mira simulamos regar las macetas.

Cuánto dolor nos evitaríamos si en lugar de ocultarnos la realidad nos
sentáramos a conversar con el otro sobre la mejor manera de terminar la
relación.

Si nos decidiéramos a darle un final digno a esa relación que en algún
momento nos hizo felices. Si nos despojáramos de los mandatos familiares, o
sociales, que nos incitan a la confrontación, y nos abriéramos a la negociación.

No hace demasiado tiempo, a los enfermos desahuciados se los preparaba para el
“buen morir” ayudándolos a resignarse, induciéndolos al perdón y la
reconciliación con sus parientes y amigos, haciéndoles ver la conveniencia de
poner en orden sus asuntos legales.

Hoy, en cambio, la medicina se ha erigido en
Dios y en lugar de aceptar la
muerte la posterga con todos los medios a su
alcance, algunos indignos e inhumanos.

Y esto último es lo que nos pasa frente a la separación: en lugar de
resignarnos, aceptar que un ciclo se ha terminado, perdonar y solucionar
nuestros asuntos legales con tranquilidad, nos enredamos en una larga agonía de
a dos, en una guerra mezquina para ver quién se queda con más, sin darnos cuenta
de que estamos demorando, solamente demorando, lo que tanto tememos: el final.

Mientras sea posible, a la pareja hay que intentar salvarla. Pero cuando ya no
hay marcha atrás (y cuando uno de los dos dejó de querer, ya no hay marcha
atrás), hay que procurarle, por el bien de nuestra propia salud mental, un “buen
morir”.

Y cuando llegue el momento del último adiós, hacer como en los velorios de
antes: un poco de llanto y de rezos, otro poco de anécdotas de tiempos felices,
una ginebra por acá, un cafecito por allá, comida y bebida abundante para los
parientes que vienen de lejos, y el finado durmiendo el sueño de los justos
mientras a su alrededor, la vida sigue.

Por Graciela Fernández


Escritora – Correctora de textos


www.terincollado.blogspot.com


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