Numerosas son las variantes con que la Autodefensa Psíquica nos provee de mayores recursos energéticos con que enfrentar las agresiones recibidas del mundo exterior, tanto las psíquicas, como las espirituales, astrales y energéticas.
Entre ellas, no es la menor la vinculada a la transmutación de la energía sexual en energía psíquica: un aspecto profundamente estudiado en variopintas facetas del
Orientalismo.
Sin entrar en disquisiciones más propias de los expertos del Tantra Yoga, lo que aquí haremos es dirigir nuestra atención a ciertas consideraciones de orden fisiológico y social que tienden a bloquear la expresión (y con ello la canalización) de la sexualidad;
habida cuenta que esto sólo se traduce en una depreciación de la energía psíquica. Y
caído el "tono" psíquico, estamos debilitados energéticamente y expuestos a todo tipo de perturbaciones.
Queda claro que la intención de estas líneas no está en propugnar el libertinaje sexual, ni siquiera un endiosamiento de la genitalidad, sino apuntar a hacernos más responsables de nuestra propia sexualidad en la convicción de que ello irá de la mano
con una mejor calidad –si no cantidad– de energía sexual. Y, por las razones ya
apuntadas, una mayor energía psíquica.
A veces, tengo la profunda sensación que la represión sexual dirigida desde ciertos
estamentos del poder (tanto en otros tiempos históricos como en los actuales) encierra tras de sí oscuros manejos espirituales; como si generarnos culpa con lo sexual nos
transformara en más manipulables psíquicamente. A partir de aquí podemos divagar que, por caso, detrás de los grupos de poder (religiosos, plutocráticos o político-militares) se encuentran tal vez fuerzas espirituales que cobran su alianza en nuestra debilidad espiritual o psíquica, ignotos vampiros de nuestra astralidad.
Hay que examinar esta cuestión tanto desde el punto de vista de los principios como en sus aspectos pedagógicos concretos. Son los intereses de la sociedad autoritaria los que, por intermedio de un concepto perimido de familia y matrimonio, determinan la restricción de la sexualidad con su lote de miseria. Esta limitación forma parte integrante de nuestro sistema social; la miseria que resulta de ella es un suplemento no previsto.
Pero si es así, es bien evidente que una solución conforme con la economía sexual no es posible en esta sociedad. Nos daremos cuenta analizando las condiciones en las que, por ejemplo, nuestros adolescentes entran en la fase de madurez sexual. Dejaremos aquí de lado las diferencias de clase para no estudiar más que la acción de la atmósfera ideológica y las instituciones sociales.
Ante todo, el adolescente ha de superar una masa de inhibiciones interiores, secuelas
de la educación antisexual. En conjunto, su genitalidad, o bien se ve completamente
inhibida (lo que es, sobre todo, verdad para los muy jóvenes), o bien es perturbada o
derivada en el sentido de la homosexualidad.
Por lo tanto, desde el punto de vista de su constitución interna solamente, el adolescente no es capaz de iniciar las relaciones heterosexuales.
Su madurez sexual biológica puede estar también inhibida por factores neuróticos. O
entonces, como ocurre muy a menudo, el infantilismo psíquico, la fijación en actitudes
infantiles respecto de los padres, ha creado una discordancia entre la madurez psíquica y la madurez física.
Al tabú severo que pesa –o tratan de hacer pesar ciertos padres– sobre la sexualidad juvenil, se agregan no solamente la falta absoluta de asistencia social, sino sobre todo los obstáculos más diversos destinados a impedir la práctica del acto sexual: la oposición activa a una verdadera información en materia de sexualidad.
La contradicción entre la globalización creciente de la vida y la atmósfera social negadora de la sexualidad en muchos países debe llevar a una crisis de la sexualidad, de la mano con una crisis psíquica y ésta a su vez no ajena a una crisis espiritual, que no tiene solución en la sociedad autoritaria.
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