Agradecimiento: Este curso está basado en las enseñanzas del maestro Luis A. Romero, sobre todo su obra “El arte del actor”.
La tarea del actor consiste en "representar", es decir, en convertir en persona de cuerpo y alma a un ser abstracto imaginado por el autor de una obra teatral de no importa qué género; cuando el actor logra desprenderse totalmente de su propia personalidad y adquirir la de su personaje hasta el punto de que el público olvide que está en presencia de una ficción, puede decirse que esa tarea alcanza la categoría de arte.
Para lograr este resultado, no basta, por supuesto, con imitar a la perfección el aspecto exterior de ese personaje, cosa que sería relativamente fácil, sino que es preciso trasuntar, con fidelidad tal que parezcan espontáneos, su modo de hablar y de escuchar, su mirada, sus movimientos, sus reacciones, y hasta sus silencios.
Esto rige para todos los géneros teatrales, desde la tragedia hasta el sainete, y para todas las categorías de actores, desde la primera figura de la compañía hasta la más modesta de segunda parte.
No debe deducirse de lo expuesto que la naturaleza del arte escénico sea esencialmente imitativa; por lo contrario, es predominantemente interpretativa y, por ende, creadora. Mediante la lectura del libreto, el actor se entera de lo que dice el personaje que ha de animar; las acotaciones, forzosamente breves y muchas veces imprecisas, le indican cuándo debe reír o llorar, enojarse o aparentar indiferencia, hacer un saludo o volver la espalda, pero no pueden darle el tono de esa risa, ni el matiz de ese llanto, ni el gesto de ese enojo o esa indiferencia, etc., porque todos esos actos deben guardar concordancia con la idiosincrasia del personaje. Ahora bien: por muy definida que aquélla resulte de lo que se dice y se hace en la obra, el actor no podrá captarla plenamente ni, en consecuencia, trasmitirla al público, si no logra "ver" en su imaginación al personaje, en carne y hueso, hasta en sus más mínimos detalles, desde el modo de sonarse las narices hasta el de hacerse la corbata.
Se infiere de esto que el intérprete, para merecer este nombre, debe poseer una cultura, al menos discreta, que le permita "crear" un temperamento sobre la base de un diálogo, ya que sólo una persona culta es capaz de discernir claramente una determinada psicología, con todos sus múltiples y particulares matices, a través del prisma del lenguaje.
Dejamos, pues, establecido, que el buen actor ha de ser culto y tener una rica imaginación; debe ser, asimismo, inveterado observador y dueño de excelente memoria, para enriquecer constantemente su acervo mental de tipos, fonética, gestos y actitudes, mediante el examen detenido y el posterior estudio de cuanto bicho viviente cruza o permanece cerca de él en la calle, en el ómnibus, en la peluquería, en el bar y en todos los sitios habidos y por haber.
Este hábito de la observación, que debe constituir en él una segunda naturaleza, le permitirá adquirir, si no los posee por su educación, modales distinguidos, siguiendo atentamente y con frecuencia el trabajo de los grandes artistas de la escena y de la pantalla. El calzarse los guantes, sacudirse una mota de polvo de la solapa, o apurar una copa de champaña, lejos de ser detalles baladíes, revisten en escena una gran importancia.
Otro factor de suma importancia que debe tener muy en cuenta el futuro comediante, reside en la amplitud y en el tono de la voz; las de muy baja potencia, imperceptibles más allá de las primeras filas de platea, las gangueantes o estropajosas como consecuencia de un defecto de la lengua, de la nariz, o de la faringe, las agudas o muy afeminadas en los hombres y, contrariamente, las excesivamente varoniles o de registro muy bajo en las mujeres, constituyen un serio impedimento, de difícil por no decir imposible superación, al igual que la sordera.
El actor debe ser estudioso y permeable a las observaciones del director, respetuoso para con el público, y atento y servicial para sus compañeros. Pero ni las aptitudes naturales o adquiridas, ni la prestancia física, ni el estudio, le valdrán para otra cosa que para ser un ganapán más o menos afortunado, si no siente de veras la vocación del teatro, es decir, ese impulso dominante e irresistible de ser actor, que excluye toda posibilidad de hallar satisfacción espiritual en cualquier otra profesión.
Por lo demás, al consignar las condiciones que debe reunir el aspirante a actor, nos referimos al actor integral, completo, capaz de lucirse en cualquier papel y en cualquier género, tanto en el teatro como en el cinematógrafo, en la radio como en la televisión. El hecho de no responder a alguna de esas condiciones, o de adolecer de alguno de los defectos señalados, no significa que el aficionado deba renunciar a su propósito de actuar profesionalmente, siempre que deje a un lado su vanidad y oriente sus esfuerzos en un sentido razonable, hacia la meta que pueda depararle el éxito.
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