Gigantescas flores en la inmensidad del océano semejan las islas de la Polinesia: Hawai, Borabora, Tahití, Samoa, Tonga... nombres que evocan colores violentos engarzados en una atmósfera suspendida entre el mar y el cielo, que recuerda una antigua alianza que el avance de la civilización ha quebrado en gran parte.
Una atmósfera virgen donde las flores crecen por doquier, incluso en los cráteres de los volcanes, en una explosión de tonalidades fulgurantes, entre caricia de helechos enormes entre el movimiento de las hojas de palma, entre las sombras que danzan libremente sobre la extensiones tranquilas de canales y ensenadas.
Una atmósfera que se encuentra reflejada en las sombras de Melville, de Stevenson y de tantos otros, que pone ante los ojos las telas encantadas de Gauguin donde lo estático de los semblantes en medio de una naturaleza extraordinariamente prodiga, se traduce en una digna y primitiva indolencia y se identifica con la pura alegría de vivir obedeciendo solo a las leyes de la naturaleza.
Tal es la índole de los nativos de estas islas; ellos se mueven solo en el presente; el pasado y el porvenir no existen. En torno, niños que en el canto, en la danza, en las fiestas, sofocan el hastió y desahogan las inestabilidad caprichosa de su naturaleza.
Los edificios se amontonan sobre la playa, y rascacielos, negocios, restaurantes flanquean calles renombradas como la Marchan Street.Lo genuino ha sido suplantado por lo artificial y los polinesios se han asimilado a los europeos, filipinos, chinos, coreanos, portorriqueños, japoneses.
Así sucede en la industria alimentaría donde dominan los chinos; así en los restaurantes donde la cocina norteamericana sustituye a los platos locales; así en el menú familiar, donde las conservas ocupan un lugar destacado.
Pero retornemos a aquellos pocos oasis de paz que todavía existen, volvamos al placer que todavía existen, volvamos al placer de vivir al aire libre, a aquellas cabañas donde la vida transcurre tanto adentro como afuera sin una sustancial diferencia, donde los placeres son todavía primitivos y genuinos.
La hospitalidad es una virtud polinesia y no son pocos los vecinos y amigos que acuden a la hora de las comidas sabiendo que serán invitados a participar de ellas.
Estas comidas se realizan al aire libre, delante de un horno primitivo cavado en una pequeña fosa, en cuyo fondo están dispuestas algunas piedras volcánicas que un gran fuego de leñas torna incandescentes y sobre las cuales se cuecen los alimentos.
En Tahití se mantiene todavía la tradición del tamaaraa, el gran banquete donde los platos o bols son de coco y los vasos de bambú; los alimentos se cuecen en el ahimaa, el horno tahitiano, siempre cavado en la tierra, pero de mayores proporciones.
Para mantener el calor durante la cocción se cubren los alimentos con esteras de ramas entrelazadas, ¿Qué es lo que se come? cerdo al spiedo,bifes al spiedo, langosta y coco, cangrejos preparados de las formas mas variadas, así como excelentes langostino de ríos.
En concordancia con las festividades se sirve el luan, una preparación a base de pollo y coco unidos a espinacas salteadas en manteca o bien una ensalada de hojas del pan, todo ello cocido al horno con el poe (gelatina de almidón, aromatizada con banana o papaya).
Los polinesios realizan generalmente dos comidas: un desayuno, muy frugal a base de fruta fresca y un almuerzo más sustancioso a la cinco de la tarde. Además del cerdo, el pollo, los bifes, consumen mucho pescado.
Pescado crudo marinado,maona, pescado al limón, mao moana; el lomi, salmón hawaiano, es el preferido; también pescados unidos a la carne de cerdo como en el laulan.
Utilizan muchas legumbres típicas y también el fruto del árbol del pan, llamado mei en las islas Marquesas y uru en Tahití: es un fruto de pulpa, fresca y consistente que se come cocido al horno, a la parrilla o hervido.
Una pasta muy usada es el pai proveniente de las raíces del taro, legumbre que se cultiva como el arroz.
La fruta es muy variada: naranjas, limones, bananas selváticas de cáscara anaranjada, peras (que suelen servirse como extremes con una pasta picante), papayas, ananás y muchísimas otras.
Además de servirse al final de las comidas, estas frutas forman parte de muchas preparaciones y se utilizan también para la elaboración de postres, tales como el poemeia, un curioso postre verdoso, el poe papaya y la torta de coco.
En la isla se bebe sobre todo agua y, en pequeñas cantidades, vino importado. Se consumen en cambio muchas otras bebidas que son generalmente destiladas de la caña de azúcar o del coco; es ron y el ponche de naranja o de limón está muy difundido.
El zumo blanco y lechoso del coco se recoge directamente del árbol, del cual se suspenden recipientes que se cambian varias veces por día.
Pero, si verdaderamente deseamos entrar en el ambiente local, preparémonos a beber el famoso kava, extraído de las fibras de un vegetal del mismo nombre, o saboreemos el faru, un plato preparado con trozos de pescado hechos hervir en un zapallo conteniendo agua de mar, que se renueva cada dos hora.
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