Algo que es claro es que la vida en el trabajo no es nada fácil, ni siquiera en las más óptimas de las circunstancias. Siempre hay tensión, problemas, fechas de entrega, momentos de trabajo asfixiantes, muchos papeles que llenar y presión constante que no nos hace sencillo el poder encontrar un momento de relajación y paz en medio de toda la locura y el caos que nos rodea (o aun del orden que también puede existir).
Y toda esa situación constante, de tener que estar prestando atención, teniendo en cuenta lo que esta sucediendo a nuestro alrededor y también tener que tener una actividad determinada constante y cuyo fallo puede acapararnos consecuencias negativas (a todos nos ha pasado dejar de hacer algo en la oficina, una obligación, y por eso tener problemas); puede llegar a tener importantes efectos en nuestra vida, tanto publica (la que sucede en el lugar donde trabajamos) como en la privada.
Si dejamos que nos pese demasiado, que fuerce un cambio muy importante en nuestra personalidad habitual y que no nos permita disfrutar de todo lo bueno, entonces nuestra misma salud, tanto la física como la mental puede llegar a estar en peligro. Por no mencionar todas nuestras relaciones humanas, dentro y fuera de la oficina.
Como decimos habitualmente, los extremos son peligrosos y, si bien el trabajo es importante y hay que tenerlo en cuenta siempre, no podemos dejar que se vuelva la base de toda nuestra vida, especialmente los aspectos negativos del mismo.
Hay que tratar de encontrar ese balance, al que también solemos referirnos, entre nuestra vida familiar y nuestra vida laboral, donde cada una tiene la importancia que se merece, ni más ni menos.
Es la mejor manera de asegurarnos que estaremos en un buen estado de salud y de relaciones. Es la mejor forma de que nuestra vida se vuelva mucho más satisfactoria y llena de recompensas de lo que era hasta ese momento.
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