Cada día, en cada escuela, hay niños que son abusados por otros niños. Los pantalones de un chico se bajan en el vestuario de deportes. Una niña que acaba de ayudar a una compañera de equipo para que meta un gol es evitada horas más tardes por la misma compañera de equipo. Esto no es el “los niños son niños” con que habitualmente se justifica la situación. Hoy en día, los niños son asaltados físicamente y emocionalmente en forma corriente.
Pregúnteles. Ellos le dirán acerca de las “pandillas”. Los llevarán hasta los cabecillas. Imagínese cuando entran a la escuela. Empiezan los juegos – cuerpos encerrados dentro de los lockers, papeles arrojados, y chicas empujándose unas a otras, porno hablar de agresiones físicas filmadas por un sinfín de celulares que se pelean por ser el primero en subir a Internet la prueba del vejamen.
Claro, usted estará pensando ¿no están exagerando? ¿tan malo es?
No, no es tan malo. Es peor. Y si piensa que no estamos hablando de su hijo, usted es muy ingenuo. Si su hijo nunca le confesó que fue una víctima, eso no significa que no lo fuera. Solo significa que el no comparte su dolorosa historia con usted. Y mucho menos le contará si fue él el victimario, en lugar de la víctima.
Ante esta situación, el objetivo de este curso es brindarles a sus niños las armas necesarias para combatir a las “pandillas” y hacer frente al abuso cotidiano en las escuelas. Lo que encontrará en las lecciones siguientes es un plan de acción.
Paso a paso aprenderá cómo ayudar a que sus niños cuenten lo que está pasando fuera del alcance de la mirada o el oído de los adultos. Será instruido en qué decir y qué hacer para cambiar las experiencias de sus hijos y sus propias imágenes y descubrir cómo transformar el mundo de sus hijos para bien.
Empecemos un diálogo con nuestros hijos sobre las reglas que gobiernan sus vidas en la escuela (y fuera de ella) – donde sentarse en la cafetería, a quién ayudar en la clase de gimnasia, a qué niños puede sonreírle, con qué chicas puede charlar. ¿Quién impone estas reglas? No somos nosotros los padres. No son los maestros. Las reglas las hacen los “líderes” del grupo. Unos pocos consiguen compañeros de clase dispuestos y a jugar ciertos roles y el resto conspira en el cuadro resultante. Pero nuestros niños pueden romperlas.
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