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En líneas generales, cuando se habla de "Control Mental", se piensa en el método
desarrollado por José Silva, ignorándose las distintas escuelas, con menos fortuna
comercial, que han sido desarrolladas sobre esta temática.
Como cualquier mero interesado sabe, el método Silva consiste básicamente en una
técnica de "programación" –palabra incorrecta si las hay para un sistema que reivindica su naturaleza "científica"– donde, elaborando imaginariamente un "taller" o "laboratorio", con el concurso de un par de "guías" y sobre una "pantalla mental", se visualizan los acontecimientos como se desea que sucedan en la vida de uno: obteniendo la graduación académica, al jefe otorgando el aumento de sueldo o viajando con los cabellos al viento en un deportivo, lo mismo da.
Se insiste en que si este ejercicio –por lo demás, burdamente explicado aquí, como diremos para disculparnos ante los numerosos conocedores en profundidad de este escuela– es repetido el suficiente número de veces, los acontecimientos, los sucesos de nuestro devenir se irán encolumnando en dirección al objetivo que hemos "programado".
Y muchos han sabido brindar testimonio de que así ha sucedido.
Pero pocos hablan de los riesgos de este sistema. Y sobre ellos abundaremos un poco.
Antes de continuar y sin ánimo de herir las susceptibilidades de algunos respetables
lectores que pueden verse implicados en mis especulaciones, quisiera señalar como
referencia obligada –pero no como argumento de desprestigio– que el sistema Silva ha sido y es (¿de qué otra manera podría serlo, proviniendo como proviene de la patria
del "marketing"?) objeto de transacción comercial sometido a una rígida estructura
piramidal.
Los cursos Silva, especialmente en los países latinos, han sido durante décadas
cualquier cosa menos económicos, si bien el deslave financiero de nuestros países en los últimos años ha llevado a sus instructores y representantes a hacer bajar estrepitosamente los precios.
Pero durante muchos años, insisto, un seminario intensivo de CM Silva no
bajaba de los trescientos dólares, apenas en un fin de semana, excesivo para cualquier obrero o empleado público raso tercermundista con derecho como el que más a acceder al conocimiento.
Esto, lamentablemente, "elitizó" desde mi punto de vista al sistema: sólo accesible para grupos con solvente poder adquisitivo, lo que debería haber estado al alcance de los más necesitados –precisamente por ello, sus legítimos destinatarios– terminó siendo una cucarda para grupos de "graduados" selectos, no siempre por su
capacidad espiritual o intelectual, sino muchas veces por su capacidad económica, que no es lo mismo.
En mayor o menor medida, entiendo que el lícito y respetable dictado de cursos del
método Silva persiste hoy, con lo cual espero las críticas que he de recibir –estimo que, a lo sumo, en un par de días– de muchos instructores.
En lo personal, me preguntaré –amén de leer sus argumentos si los anima sólo el afán de esclarecimiento "científico" o también la necesidad de encumbrar –o de evitar su defenestración– la respetabilidad de un método que es su "modus vivendi". Pero eso es discusión de otro contexto.
Lo cierto es que además del grosero error de confundir "Control Mental" con "Método
Silva" (he perdido la cuenta de las veces que he escuchado decir, a doctos y profanos, que "todos los sistemas de Control Mental repiten más o menos lo mismo"), deben señalarse las siguientes falencias:
No se trataría de "programación", en un sentido estricto, sino de "visualización
creativa". En efecto, la palabra "programación" suena casi mágicamente fascinante a
los oídos de mucha gente (especialmente la que se encuentra alejada del mundo de
las computadoras) y le da un componente socialmente digerible de, lo repito,
cientificismo.
Pero "imaginar" un laboratorio, donde cómodamente sentados en un
imaginario sillón, acompañado de dos guías a los que convoco imaginariamente y
viendo repetirse como escenas de una película en una pantalla –también imaginaria–
los eventos que deseo que ocurran, esto es cualquier cosa menos "programar".
Si de tomar términos del mundo de la informática se trata, programar es básicamente
reunir la mayor cantidad de información disponible, procesarla –asociarla– a
velocidades superlativas y concluir sin margen de error. Lo otro, está dicho, es
simplemente "visualización creativa".
- Pero más allá de esta crítica bizantina sobre la terminología, a los instructores de
Silva se les ha escapado un hecho fundamental: que es significativo el porcentaje de seres humanos a los cuales les resulta sumamente dificultoso imaginar algo.
Y como todo problema insuperable en la vida –que para resolverlo es por lo
que se supone mucha gente se embarca en el Control Mental– lo es en tanto y en
cuanto carezcamos de la capacidad de combinar las instancias conocidas de la
situación en formas tan creativas posibles como sean necesarias para encontrar las
soluciones.
Y como eso es, después de todo, un esfuerzo de imaginación, a esas
personas, decía, sugerirles que la resolución de sus problemas pasa por "imaginar"
salas "imaginarias" donde sentados "imaginariamente" "imaginamos" una pantalla "imaginaria" donde etc., etc., etc., es tan contradictorio e inútil –y hasta ridículo
como si, siendo yo médico y visitado por un paralítico, le dijera campechanamente
que su problema se soluciona trotando unos diez kilómetros por día.
En otras palabras, no podemos decirle a la gente que para solucionar sus problemas debe aplicar aquello de lo que precisamente carece.
En consecuencia, como la "visualización creativa" sí es efectiva, las personas con
gran capacidad imaginativa obtienen excelentes resultados, pero las otras, no.
Aquellas que se retiran mustias del curso diciendo: "Lo que es a mí, ni un curso deControl Mental me ayuda...".
- Pero el peligro está para quienes posean, en forma latente, perturbaciones
psicopatológicas. Ustedes pensarán que ello es una excepción, pero se asombrarían
de saber el alto número de individuos problematizados que existe, y con qué facilidad
parecen sentirse atraídos por nuestras disciplinas.
Hace unos años, un estudio del ministerio de Salud Pública de la República Argentina concluía que aproximadamente el 40 % de la población padecía algún tipo de perturbación psíquica, leve, media o grave (y los amigos del resto del mundo no sonrían con suficiencia: nunca negaré que los argentinos tenemos nuestras "particularidades", pero realmente me gustaría conocer estudios similares de sus países).
Si estas son cifras oficiales, sin querer parecer cínico, sospecho que en la realidad el número debe ser superior. Así que, lógicamente, es posible que en todo curso de Control Mental cuanto menos el 40 % de sus integrantes también, por simple extrapolación, padezcan alguna problemática.
Nada mejor entonces que ese caldo de cultivo para que técnicas mal dirigidas
disparen esas problemáticas.
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