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Mª Isabel Yagüe
La carta es una de las manifestaciones de la comunicación escrita utilizada con más frecuencia; básicamente la carta es la conversación entre dos personas ausentes, centrada en un acontecimiento concreto, en una circunstancia particular. Entre ambos interlocutores hay un contexto de complicidad formado por el ambiente, las relaciones y situaciones que sólo ellos saben y que resultan ajenas para un extraño.
Ya en la antigüedad, el emisor enviaba sus misivas al receptor por medio de mensajeros (esclavos y libertos), amigos, y por el correo oficial que en China existía 4000 años a. de C., y, en Egipto, 2500 años a.de C, donde se contaba con una densa red de mensajeros postales que unía las ciudades egipcias.
Posteriormente, Augusto realizó en todo el Imperio romano una organización estatal del correo perfectamente eficaz y regular.
En la Edad Media, Carlomagno la perfeccionó. De 1400 a 1700 los Taxis (Tasso) tuvieron el monopolio del reparto de cartas en Austria, Italia y Alemania, rivalizando con Jacobo Henot. En América, el imperio inca, antes de la llegada de los españoles, contaba con un eficiente servicio de correos. En el siglo XVIII, se consolidó la centralización de los servicios estatales de correos en todos los países europeos que implantaron el sello como forma universal de pago por el envío de
cartas.
El sello se utilizó, en primer lugar, en Gran Bretaña, en 1839, a partir del famoso sello de Chalmers empleado en Dundee; en España, se adoptó en 1850.
El correo está protegido por el derecho penal; todas las constituciones consideran un derecho del hombre la inviolabilidad de la correspondencia, y se castiga como delito tanto el atentar contra dicha inviolabilidad como el causar daños, interceptar o retener el correo.
Los materiales sobre los que se escribían las cartas fueron evolucionando, desde el papel de arroz de China, las tablillas de arcilla romanas y los rollos de papiro, al papel blanco o al reciclado de hoy; así, también, evolucionaron los medios de transporte en los que
se llevaban las cartas, desde el caballo que se iba cambiando para mayor rapidez, hasta la diligencia, el tren, barco, avión y, por último, el cable telefónico, que manda las cartas más lejos y más deprisa, en forma de fax y de e-mail. Dentro de un par de años la mayoría de nuestros e-mails serán enviados vía satélite.
No existe una normativa actual estricta que regule el modo de expresar el contenido de una epístola, aunque desde la época helenística hasta el siglo XVIII se han escrito "vademecums", "handbooks" o manuales, sobre todo desde la expansión de la imprenta, así el de Gaspar de Texeda de 1549, titulado "Cosa nueva. Primer libro de cartas mensajeras", cuyo papel es establecer unas estrategias convencionales conocidas por remitente y receptor, que enseñan a huir tanto de una pedantería poco conveniente, como de una excesiva espontaneidad. En términos generales, la carta no tiene una extensión prefijada pero sí cuenta con estas partes constitutivas: fecha y encabezamiento, introducción, cuerpo de la carta, despedida y firma, y en ocasiones, posdata y notas.
Imprescindible es conocer el tratamiento que corresponde a la persona a la que se dirige, en razón al cargo que ocupa o la función que desempeña, en consonancia, además, con el tono de amistad, cortesía o respeto de la carta.
Las misivas, por su contenido, se pueden dividir en cartas privadas -más o menos íntimas-, de cortesía y comerciales. El contenido puede ser, en realidad, tan variado como variados son los temas sobre los que cualquier persona puede tratar en una conversación hablada. Dentro de las de cortesía podemos incluir las cartas de felicitación, petición, censura, invitación, recomendación, pésame, religiosa, o las dirigidas al director de un periódico; éstas con un número infinito de
posibilidades: de tema político, feminista, racista, deportes, salud, defensa u oposición a descubrimientos o innovaciones de la ciencia, contaminación, crítica de problemas sociales, legales, etc.
A veces, el conjunto de cartas familiares o privadas redactadas por un personaje célebre forma parte de un epistolario que en su momento se publica; así sucedió con las colecciones de cartas de Cicerón, Petrarca,
Proust, Rousseau, Virginia Wolf, Kafka, etc.
Como vemos, escribir cartas, con los más variados propósitos, constituye un esfuerzo, pero un esfuerzo necesario, si no queremos empobrecernos intelectualmente, aunque sea a costa de una menor rapidez a la hora de hacer llegar una mensaje a su destino. Sirvámonos del teléfono para solicitar una visita del médico, para llamar al fontanero en caso de inundación, y para poco más.
Bibliografía:
• Claudio Guillén "El pacto epistolar: las cartas como ficciones" Revista de Occidente nº 197, Oct. 97
• Valery Ponti "Historia de las comunicaciones", Salvat +
Actividad:
Escribir una carta de amor.
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