Al desarrollarse el niño en el seno materno, los oídos rudimentarios aparecen a las pocas semanas de la concepción. Durante cuatro meses y medio, los oídos ya están completos y funcionando. De modo que, durante la mitad del tiempo que pasa el niño en el vientre, es capaz de oír bien y de reaccionar a los sonidos, sobre todo a la música. Las sesiones de relajación escuchando música para la madre y el niño no nacido, así como un fondo musical apacible durante el parto mismo, resultan tranquilizantes y útiles.
Las investigaciones científicas indican que el oído tiene una importancia vital durante los primeros meses de la vida. Cuando el niño no nacido percibe un sonido, y sobre todo cuando lo percibe por primera vez, mueve sus ojos rápidamente (estado REM, iniciales de “movimientos rápidos de ojos” en inglés), y gira la cabeza, intentando localizar la fuente de sonido. Los datos demuestran que, incluso en esta primera etapa, los sonidos se almacenan en el banco de datos de la memoria auditiva del cerebro, aportando recursos para la coordinación física y mental para el desarrollo intelectual en la vida posterior.
Los umbrales de frecuencia del oído
En teoría, las ondas sonoras cubren una amplia gama de frecuencias, desde valores inferiores a un hercio hasta millones de hercios. Algunos animales, como los murciélagos, los gatos, los perros y los delfines, oyen una amplia gama de frecuencias, y perciben hasta los 200.000 Hz o más. Pero el oído humano normal sólo responde a un gama limitada de frecuencias. Cuando hablamos de “sonido”, nos referimos a esta gama limitada de frecuencia.
La mayoría de las personas no son capaces de detectar los sonidos con frecuencia inferiores a 20 Hz; algunos llegan hasta los 17 Hz. Por debajo de esta valor, el cuerpo puede sentir las vibraciones, pero no oírlas. Por eso sentimos cómo se “agita” silenciosamente el aire durante una tormenta. Los sonidos cuyas frecuencias son demasiado bajas para que las percibamos se llaman infrasonidos. Del mismo modo, la mayoría de las personas son incapaces de detectar los sonidos cuyas frecuencias superan los 20.000 Hz aproximadamente. En general, los niños son capaces de oír hasta este límite de frecuencias; por ejemplo, perciben los chillidos muy agudos del sistema de caza por radar acústico de un murciélago, cosa que a muchos adultos les resulta imposible. El límite superior suele ir reduciéndose con la edad, hasta llegar a los 12,000Hz. ó menos en la vejez. Los sonidos cuyas frecuencias son demasiadas altas para que los oigamos se llaman ultrasonidos.
El oído, un dínamo del cerebro
Recordemos que el oído interno contiene en su vesícula laberíntica dos conjuntos de actividades aparentemente diferentes: el vestíbulo y la cóclea; pero que constituyen uno solo y un mismo órgano, que en el curso del tiempo se ha perfeccionado para responder a las nuevas actividades que ha debido asumir.
El vestíbulo - el mas arcaico de estos elementos - asegura la estática y la dinámica así como los movimientos de las diferentes partes del cuerpo. Todos los músculos sin excepción dependen de su actividad reguladora, incluso los músculos motores del ojo. Además, debido a los controles motores que debe realizar para mantener las posturas y la verticalidad, contrarrestando los efectos de gravedad, el vestíbulo aporta la mayor parte de las estimulaciones dirigidas al sistema nervioso.
En efecto, la fuerza de gravedad obliga permanentemente al cuerpo a mantener un verdadero dialogo con el medio ambiente. En consecuencia, mientras mejor es la verticalidad mayor es la estimulación nerviosa, mayor es la dinamización. El movimiento, la verticalidad y la carga cortical están así íntimamente ligadas.
Los sonidos recepcionados por los elementos del vestíbulo determinan las pulsaciones sincrónicas de los ritmos impuestos por la frase musical y producen la movilización de los líquidos en función de la importancia de esas pulsaciones. Mientras más se muevan mayores serán las contra reacciones musculares que se encuentran activadas, determinando así el movimiento, la marcha o la danza.
La función mas conocida de la cóclea es la de escuchar, es decir, recibir los sonidos, analizarlos y distribuirlos con el fin de integrarlos, memorizarlos y eventualmente restituirlos. Pero para que este aparato funcione óptimamente debe estar bien situado en el espacio. Para ello necesita actuar en perfecta coordinación con el integrador vestibular, que le asegure una postura vertical Toda esta regulación es posible gracias a los lazos neurológicos que existen entre la cóclea y el vestíbulo y los órganos sensorio-motores que regulan la posición del laberinto, es decir la cabeza, el cuello y además el instrumento corporal que se maneja de acuerdo a las respuesta vestibulares, previamente analizadas en el cerebelo.
Desde el punto de vista musical la cóclea permite el análisis de los sonidos y la integración de la música más allá del ritmo determinado por el vestíbulo. De esta manera el control del cuerpo se refuerza para que la organización coclear aumente sus potencialidades de análisis y de carga cortical. Y este es un punto muy importante para comprender la acción de los sonidos sobre la dinamización corporal.
Pero hay otra función que se ha descubierto del oído y que tiene relación con la generación de energía nerviosa. El oído se comporta como un dínamo y la mayor parte de la energía que necesita el cerebro proviene de la acción dinamogénica del aparato auditivo.
Un estudio realizado por científicos norteamericanos concluyó que el sistema nervioso humano necesita para alcanzar el nivel de vigilia (de conciencia) colectar 3 billones de estímulos por segundo por los menos cuatro horas y media por día. Mas del 90 % de esta carga de influjo nervioso la entrega el oído.
El integrador coclear tiene un campo de acción diferente al integrador vestibular porque se sirve esencialmente de los circuitos corticales, es decir, de una red concernida únicamente por el cerebro. No obstante hay que decir que una de las redes nerviosas que llega al cortex, específicamente a la zona de la memoria y del reconocimiento de la música, está ligada a otras redes nerviosas que reparten en dirección del cuerpo. Por esta razón, enfatiza Tomatis, podemos decir que la memoria no esta solamente en el cerebro, sino también corporizada, encarnada. El cuerpo recuerda los eventos vividos por la persona y particular aquellos inherentes a la música.
Toda esta actividad vestíbulo-coclear, bien conocida por los zoologistas, permite vislumbrar ya los efectos del sonido en el conjunto del cuerpo humano.
Sonidos agudos de carga, sonidos graves de descarga
Entre los efectos relativos a la energetización del cerebro o del sistema nervioso, podemos distinguir sonidos de carga y sonidos de descarga. Recordemos que en el aparato de Corti contenido en el oído interno, las células sensoriales no se distribuyen de la misma manera. La cantidad dependerá si la zona esta reservada a los sonidos graves, médium o a los sonidos agudos.
En la zona de los graves estas células son escasas (100). Son un poco más numerosas en la zona de los medios (500) y son muy numerosas en la zona de los agudos (24.000)
Los sonidos graves son fácilmente integrados en la zona de los sonidos de descarga, en particular aquellos que no contienen armónicos elevados. Sabemos con que fuerza los ritmos de los tambores que imponen estos sonidos graves llevan a las personas hasta el agotamiento total. Podríamos hablar de estados hipnóticos a través de los cuales la imagen del cuerpo se pierde en una exacerbación de la integración corporal vestibular sin utilización de la cóclea, que es el aparato responsable de la proyección cortical.
Los sonidos agudos constituyen en ciertas zonas, a ciertas intensidades y a ciertos ritmos, unos verdaderos generadores de energía. En esos casos la carga cortical sobrepasa de lejos el desgaste corporal y deviene, en cierta forma, energía positiva respecto de la Dinamizacion del conjunto del cuerpo.
Por otro lado, y debido a que la membrana timpánica está inervada por el nervio pneumogástrico(X par), los sonidos agudos provocan la tensión del tímpano produciendo una disminución de la acción de este nervio en todo su territorio. En consecuencia, los órganos que podrían encontrarse perturbados por el estrés afectivo se distienden (laringe, pulmones, corazón, hígado, vesícula, riñones, intestinos, etc.). Y a la inversa, los sonidos graves no permiten que el tímpano se relaje provocando tensión en el neumogástrico, cansancio y fatiga.
Los integradores neuronales, verdaderos distribuidores de sonido en el cuerpo
Según el doctor Tomatis, los integradores son redes neuronales sensitivo-sensoriales y motoras que aseguran las regulaciones y la coordinación de los movimiento y las posturas del territorio a cual son afectados. Son cibernéticamente autorregulados pudiendo alcanzar ciertas libertades funcionales tales como los automatismos.
Hay tres integradores pero solo dos de ellos, excluyendo el visual, están relacionados con los mensajes sonoros. Estos son el integrador vestibular y el integrador coclear. Ambos tienen como punto de partida el oído.
Estos circuitos neurológicos hacen intervenir diferentes redes sensitivas y motoras que constituyen verdaderos sistemas cibernéticos.
El sistema nervioso asociado al oído interviene permanentemente para regular los efectos de la música sobre el organismo. De esta manera estos integradores neuronales son vías funcionales obligatorias destinadas a distribuir los sonidos y a memorizarlos.
Se puede decir entonces que "el cuerpo no olvida". Ya sea se trate de lenguaje con toda la carga emocional involucrada o bien de mensajes musicales. En ambos casos las marcas persisten y manifiestan algún día su aprobación o su descontento. Habría mucho que decir sobre las consecuencias de estos fenómenos en el mundo psicosomático.
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