El poder de lo visual
Una forma muy sencilla de humor, que llega muy rápido a los seres humanos, ya que no necesita de un proceso de decodificación demasiado complejo es lo que normalmente se llama humor visual. Esto es, pequeñas actitudes graciosas que son trasmitidas exclusivamente por lo que vemos.
¿Quién no se ha muerto de la risa con una caída en una película o al ver la cara de algún actor al reaccionar ante algo que le esta pasando en la pantalla? ¿Necesitamos palabras para comprender estas humoradas? ¿O nos alcanzo, simplemente, con presenciar la imagen?
Lo cierto es que gran parte de la comunicación de la que es capaz el ser humano no se da a través de la palabra, sino que es introducida por las imágenes. No es, de ninguna forma, una falacia eso de que ”una imagen vale más que mil palabras”. Es más simple de procesar, lleva menos tiempo, no exige de conocimientos tan avanzados y es mucho más natural.
Como se pueden imaginar, después de esa larga introducción, lo que vamos a proponerles es la utilización de esa capacidad de comunicación a través de las imágenes para darle aún más tintes humorísticos a lo que estamos haciendo. Pero, por supuesto, saquémonos de la cabeza la idea de hacer una caída a lo Dick Van Dyke al comienzo del show que llevaba su nombre. Ese tipo de humor físico, por supuesto, sería totalmente inapropiado. Imagínense estar en la audiencia para una presentación y que el orador entrara cayéndose sobre un sofá y dando un salto para pararse. Lo primero que haríamos (luego de reírnos de él, por supuesto), es levantarnos y retirarnos de la sala.
Una vez descartada esa opción ridícula (que sinceramente espero nadie haya ni siquiera tenido en cuenta) pasemos a lo que sí podemos hacer: utilizar utilería como una especie de “apoyo” para lo que estamos diciendo. Es simple de hacer y ayuda a que el mensaje que estamos tratando de trasmitir se fije con mayor fuerza en la mente de quienes lo reciben.
Por utilería nos referimos a cualquier objeto que nos ayude, desde un globo a un cartel enorme con letras coloridas. Todo lo que sirva de refuerzo y además sea capaz de conseguir una sonrisa (y continuar con lo postulado en los consejos anteriores) es más que bienvenido a ser utilizado. Por supuesto, todo tiene que tener un sentido y apoyar una idea, no debemos utilizar de forma casual objetos que no aportan nada, ya que solo distraeríamos la atención de quien esta presenciando la charla.
Consejo número 4:
Historias
Una cosa que debemos aprender a hacer en el caso de que queramos poner estos consejos en practica es a escuchar. Pero no a escuchar todo, sino a prestar especial atención a aquellas historias que escuchemos de personas conocidas o en la calle o donde sea que puedan ser graciosas bien contadas. Con un poco de practica nos daremos cuenta de que continuamente suceden cosas totalmente increíbles y que harían la delicia de la concurrencia de ser contadas durante una charla. Todo el tiempo. Caminar por la calle durante una tarde o viajar en un colectivo puede ser la fuente de inspiración para varias presentaciones.
Y no solamente caminando por las calles podemos encontrar la inspiración, sino que nuestra propia familia y nuestros amigos pueden tener un millar de historias que nos sirvan. Es solo cuestión de preguntarles sobre su vida. Tendremos que, seguramente, escuchar muchísimas anécdotas que no nos sirven para nada, pero en medio de todo eso que es inútil podemos encontrar una pepita de oro y eso hace que todo el esfuerzo que hemos hecho realmente valga la pena.
Algunas de estas historias pueden, seguramente, ser agregadas a nuestro repertorio habitual de recursos para trasmitir el mensaje durante la presentación. No es necesario que demos nombres ni detalles. Podemos tanto contarla como una historia que nos paso como algo que nos contaron o como algo que alguna vez escuchamos en algún lugar. No importa demasiado, mientras logremos conservar aquellos elementos que hacen que la historia nos resulte graciosa o entretenida.
Y, por supuesto, no nos olvidemos nunca de nosotros mismos. Nuestra mayor fuente de inspiración puede ser nuestra propia vida. Porque, después de todo, todos hemos pasado por situaciones que podemos calificar de graciosas, y todos podemos contarlas. Y son las que mejor conocemos y por lo tanto las que mejor dominamos en cuanto a tiempos y efectos. El único problema que esto plantea es que determinadas anécdotas pueden parecernos absolutamente hilarantes, pero solo ser graciosas para aquellas personas que las vivieron. Entonces, al estar nosotros tan cerca de nuestras historias, es difícil ser objetivos y elegir correctamente.
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