Uno de los síntomas más claros de un grado de tristeza agudo es la ansiedad que llegado el momento puede llegar a requerir de tratamiento médico especializado (aunque no siempre es necesario).
Sin embargo, el paciente que experimenta ansiedad convive con un doble problema: la ansiedad y el miedo a la propia ansiedad. Motivado por tal miedo, muchos enfermos tienden a huir y evitan aquellas situaciones o lugares en los que se desencadenó la primera reacción de este tipo. Así se crea un círculo vicioso que resulta peligroso y del que conviene salir lo antes posible afrontando la rutina cotidiana. Si una persona cede ante la propia ansiedad no está colaborando a mitigarla sino a aumentarla ya que en ese instante el paciente es dominado por su emoción. Por tanto, la ansiedad es uno de los posibles síntomas de tristeza y de estrés que puede experimentar una persona.
Pese al sufrimiento que genera la ansiedad no se trata de ninguna enfermedad física que afecte al corazón como parece a primera vista en la vivencia de un ataque de pánico en el que el sujeto experimenta la sensación de que va a morir y acude al médico motivado por tal certeza. La ansiedad es un ejemplo claro de la conexión tan estrecha que existe entre cuerpo y mente y qué consecuencias puede producir para el organismo el hecho de que una emoción se somatice durante un tiempo prolongado.
A diferencia de otras emociones en la que la persona puede determinar cuál es la causa de dicha emoción, en la ansiedad el sujeto no puede concretar y detallar qué le hace sentirse así. La ansiedad envuelve al propio paciente como si se tratase de una burbuja por la que es arrastrado y dominado. Es una emoción que tiene una causa global y produce impotencia en aquel que la padece en tanto que se siente incapaz de controlarla.
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