Así como recién decíamos que teníamos que expresar nuestro niño externo, todo esto también se aplica a los niños “externos”. O sea, a los niños de verdad, sean hijos, sobrinos, nietos o cualquier relación que tengan con nosotros.
Por todo lo que decíamos anteriormente sobre la relación entre los niños y la risa, ellos son grandes maestros a la hora de tomarnos la vida con un poco más de humor, a los cuales podemos emular sin problemas, por simple imitación. Pasar tiempo con ellos, participando, en la medida de lo posible, de sus juegos, chistes y de su sabiduría.
Con un tiempo de estar alrededor de ellos, descubriremos que empezamos a imitarlos de forma inconsciente, que podemos hacer uso de los mecanismos que ellos usan, aún cuando estamos solos. Puede ser que algunos “adultos” nos miren con cierta extrañeza por algunas reacciones y muestras de hilaridad, pero nosotros estaremos mucho mejor.
Hay que ser positivos. No hay forma de estar de buen humor y disfrutando si estamos todo el tiempo pensado en forma negativa, o si estamos siendo negativos con los demás.
Ser positivos va más allá de pensar de forma optimista. Es también ser capaces de demostrarle a los demás que estamos contentos con las cosas que hacen y como lo hacen. Si vemos a alguien haciendo que nos parece bueno o de una forma que nos parece correcta o especialmente inteligente, debemos decírselo. Notar esos detalles hace que la gente se sienta mucho mejor y esto redunda en que también nosotros nos sintamos mucho mejor. Además, también la actitud positiva, como la risa, es contagiosa. Si la comenzamos, eventualmente otras personas seguirán implementando la misma actitud positiva que nosotros estamos implementando. Es un circulo virtuoso.
Mantengamos todos esos objetos divertidos de los que hemos hablado en puntos anteriores cerca nuestro, en lugares donde los podemos encontrar fácilmente o donde nuestra vista se los puede chocar por accidente. Esto hace que en cualquier momento podamos pasar un buen momento, tener una pequeña pausa de risa, gracias a la correcta colocación de un póster humorístico o de una nota de un diario que conservamos en un lugar visible.
Y tratemos de tenerlos siempre con nosotros. Nunca sabemos cuando podemos necesitarlo y tenerlos cerca es una necesidad después de un tiempo. Prueben y van a ver.
Hay ciertas personas que nos resultan intimidantes. Esto es casi inevitable. Hay personas que por su actitud, su forma de comportarse, las cosas que dicen y las ideas que tienen (más, tal vez, el cargo de poder que puedan ocupar por sobre nosotros) nos llenan de temor cuando las vemos, hacen que se nos seque la boca y no podamos respirar, personas a las que intentamos esquivar como a la plaga. Pero esto no siempre es posible.
¿Cuánto estrés nos causa el encontrarnos con esta persona? ¿No nos saca las ganas de reír y ser felices? ¿No es como una especie de monstruo que hace que nuestra vida sea mucho más miserable?
Seguramente nos gustaría ser capaces de sacarnos de encima este temor. No es agradable, especialmente si es una persona con la que no tenemos forma de evitar los encontronazos. Si es nuestro jefe o un compañero de oficina, esto es todavía peor. Pero hay una salida.
El lado bueno de una persona que tiene este efecto en nosotros es que también es más poderoso el contraefecto. Esto es, si ridiculizamos a esta persona de alguna forma, en nuestras mentes, nos causara mucha más gracia que si ridiculizamos a una persona que no nos causa ninguna emoción negativa tan importante. O sea que también es más poderoso el remedio.
Podemos intentar hacer una caricatura de esa persona, ya sea en nuestra mente o en el papel. Cuanto más ridícula y exagerada sea, mejor. O lo podemos imaginar en situaciones que le saquen todo el poder.
No hay forma de tenerle miedo a un persona que hemos ridiculizado en nuestras mentes. Lo único difícil a partir de ese momento es contener la risa cuando nos lo crucemos. Pero eso es, definitivamente, mucho mejor que el pánico y las ganas de escapar por la salida más cercana.
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