Después de participar en muy numerosas sesiones, si algo he discernido con
claridad es que las "inteligencias" que se manifiestan a través de esta práctica responden a un amplio espectro.
Para decirlo más claramente: estoy seguro de que en una sensible mayoría de casos es, dejado el fraude conciente de lado, el propio inconsciente (personal, de uno de los participantes, o colectivo del grupo) el que se manifiesta. Pero cada vez me convenzo más que en otra porción de ese espectro aparece una "inteligencia exterior" que
se manifiesta.
Si esta inteligencia exterior es quien dice ser (espíritu, ser de otras dimensiones, extraterrestre) es algo más cercano a la creencia que a la certeza.
Es un hecho que cuando –ahora estoy hablando del "juego de la copa"– todos los
participantes apoyamos suavemente nuestros dedos índice sobre la base de aquella,
aunque creamos no estar ejerciendo ninguna presión ciertamente una mínima se realiza, conformando un "sistema de fuerzas" cuya resultante imprimirá a la copa el
desplazamiento en la dirección y sentido que determine, ora el azar (lo que explicaría el movimiento errático y la conformación de palabras sin sentido en muchas sesiones,
especialmente las novatas), ora el deseo de fraude conciente (bastando entonces que uno de los participantes imprima una presión levemente superior sobre la copa; volviendo al concepto de sistema de fuerzas, la resultante estará entonces determinada por aproximación a la intencionalidad de la fuerza más marcada, ora por la incidencia de una "inteligencia exterior" que así podrá encontrar la manera de expresarse.
Claro que algún alumno escéptico puede objetar que si en definitiva es el propio impulso de los presentes –conciente o inconsciente– lo que determina el movimiento de la copa, qué valor tiene la experiencia desde el punto de vista de la experimentación paranormal, a lo que respondería que lo que hace "paranormal" a una experiencia no es tanto qué fuerzas intervienen sino cuál es el resultado.
Comparémoslo con una evaluación radistésica: como ya sabemos fehacientemente, el movimiento del péndulo en un sentido u otro no es producido por ninguna fuerza exterior al experimentador; no hay ningún duendecillo invisible que jala el péndulo hacia un lado o hacia el otro. Es el propio operador, con contracciones musculares, inconscientes e involuntarias, quien produce el movimiento.
Claro que lo que realmente importa, desde el punto de vista radiestésico, no es la supuesta "paranormalidad" del movimiento sino la paranormalidad de los resultados: en tanto y en cuanto la información recibida por este medio es inaccesible a otras vías de información. Lo mismo ocurre en el juego de la copa; ya sabemos que la movemos nosotros: lo que nos interesa es qué nos revela ese movimiento.
Sistema de fuerzas: vectores A, B, C y la Resultante
Seríamos demasiado ingenuos de suponer que una simple frase invocativa o propiciatoria (del tipo: "pedimos a las entidades de la luz que..." ) alcance para asustar y alejar a aquellas que moran en las tinieblas.
En consecuencia, ¿cómo podemos estar seguros de que la entidad que se presenta es quien dice ser y no obedece a otras oscuras –y tal vez negativas– intenciones?.
"El mejor truco del diablo es hacernos creer que no existe", escribió Paul Eluard. Y si esa entidad se presenta como la abuela fallecida, el hermano cósmico o el santo de devoción, difícilmente los participantes en una sesión (generalmente adolescentes y en ocasiones con poco sentido crítico, demasiado comprometidos emocionalmente con la experiencia y, a mi criterio, con la debilidad más significativa: necesitan información, es decir, son parte interesada en el contenido del contacto) puedan discernir su verdadera naturaleza y propósitos.
Baste entonces que la entidad, que durante algunas sesiones se fue granjeando la simpatía de los presentes con consejos útiles, advertencias prácticas y redituables, baste decía con que un día esa entidad pronostique la muerte de alguno de los
presentes, o amenace a uno de ellos, o señale como sujeto de desconfiar a uno de los
participantes, para generar angustias, rencillas, aislamientos sin par –y si alguna de las personalidades participantes acusa algún desequilibrio psicopatológico, y no se puede ser juez y parte a la vez, ¿cómo podemos estar seguros de que cada uno de nosotros está psíquicamente equilibrado?– para que éste se realimente y se potencie por la carga traumática de la experiencia.
Pero también es cierto que el juego de la copa, el tablero Ouija y cualquiera de sus
variantes abre una puerta fascinante: cabe la posibilidad de que algunos "mensajes" en realidad sean la dramatización, la catarsis de un proceso de percepción extrasensorial inconsciente de algunos de los individuos (o del grupo) como en el caso de una premonición hipotética: no sería así la entidad que avisaría de algo, sino el mismo individuo que representaría la percepción personalizándola en un supuesto "ser" ajeno a él que se materializa en la sesión. Muchos efectos colaterales, entonces (movimiento de muebles, etc.) podrían ser perfectamente fenómenos de telekinesia provocado por el o los presentes.
Y aun para los casos –creo que menores– donde entidades exteriores se presentan, aún en tela de juicio su naturaleza, se transforma así en un campo fascinante
de experimentación y observación.
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