Para qué sirven y para qué se usan los familiares en el caso de que tengamos una criaturita de Dios, que se comporta como un tiranosaurio rex enjaulado o como un émulo de mi pobre angelito I, II, III, que de ahora en adelante, denominaremos nuestro hijo, es la pregunta del millón de esta nota...

Son los últimos en enterarse del tsunami nuestro de cada día que el más chico se las ingiera para crear con su hermana, cada vez que involucra sus garfios en las cosas más sagradas de la adolescente

Por ejemplo su mochila y su diario íntimo, solo por citar algunos y ni que hablar de la última vez que quiso conocer el esqueleto de los celulares de la casa despanzurrándolos contra el suelo.  

Amparan al pobre angelito que  sueltitos de cuerpos liberan esas frases que ni el pájaro de mal agüero soltaría.   Pero claro  los incautos especimenes parentales que tiene la pobre criaturita de Dios, nos recordaran, hasta el cansancio, lo que derogará en un futuro cercano para pagar muchos años de diván para subsanar el peso de nuestra actitud belicosa casi permanente. 

Mientras tanto, el dulce  niñito de Dios, que encuentra el corcho con que los grandes apuntaron en dirección a un soltero, soltando la clásica broma uy y ahora a quien le toca casarse, según la cabeza de quien haya de casualidad, casual, nomás, caído el corcho… y lo tira al baño, se trata pura y exclusivamente del baño de la casa de una, ni la del vecino, ni la del tío ni la del abuelo

Seguimos sumando totales y desenvainando la billetera,  seré insistente, entonces, total, nadie va a ser tan generoso de contribuir con una vaca para pagarle al archimillonario plomero que se ganará el sustento con esta pobre diabla en cuestión, para desalojar del baño en cuestión, el corcho aludido, la colección de muñequitos de jack y el juguete preferido de la gata. 

Ni nadie se ofrecerá de voluntario ni comedido a meter la mano para socorrer a mi pobre inodoro con sopapa incluida. Como tampoco sus paredes son las que portan los garabatos de su inspiración a lo de Dali mezcla estilo dark al óleo.   

Nadie dice pobrecito lumbago de la madre que se agacha 385 veces a levantar todos los subproductos que se puedan encontrar.  Sin embargo cuando retrucamos que solo parecen santos únicamente  cuando duermen son los primeros en defenestrarnos.

Los mismos que nos recuerdan que tarde piamos cuando tratamos de acallar sus gritos, cuando no son más que repeticiones de los nuestros, cuando queremos matar a su hermana mayor

Cuando se suma a la práctica desenfadada en el arte de fabricar embrollos contagiando al hermano que tomando la posta, sin misericordia, llega al podio como número uno…

Esos mismos familiares son los mismos que esbozaron: éramos pocos y parió la abuela cuando llegó el menor a nuestras vidas.  Pero que se horrorizan cuando lo defienden y yo se los refresco en su memoria.

Los que nos recuerdan que no seamos cultores del haz lo que yo digo más no lo que yo hago.  Y los que nos avisan que si vivimos nuestra infancia como estatuas sin animarnos a explorar el mundo con la posibilidad de volver a construirlo es de nuestra culpa o a lo sumo de nuestros genes tranquilos, no la de nuestro hijo que es libre.

Y los mismos que mancomunados nos retrotraen al tiempo de  la adolescencia, cuando en nuestra vida como hijos, empezamos el destete de los reproches para con los padres y  les tarareábamos, por lo bajo, la canción de serrat, “muy a menudo, nuestros hijos, se nos parecen” y su archiconocido estribillo: “que esto no se hace que esto no se toca”.

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