Para que las pelucas queden bien, han de ser hechas a la medida del actor que ha de utilizarlas; se colocan siempre después de pintarse el rostro, y se calzan de adelante para atrás, es decir, desde la frente al occipucio, tratando de que las patillas queden en su sitio; después, con la misma barra que se haya usado para el fondo, se empasta la frente de la peluca, de manera que no se advierta solución de continuidad entre ésta y la epidermis del actor, y se le marcan las arrugas, como ya hemos dicho, mediante sombras más o menos anchas, perfiladas con blanco muy tenue. Por último, se cubre con talco y se suaviza con la escobilla.
Por 10 que concierne a otros postizos capilares -bigotes, patillas, etc.- pueden considerarse ideales los denominados "bordados", que pueden adquirirse en las peluquerías teatrales existentes en casi todas las grandes ciudades; conviene, sin embargo, saber hacerla s por sí mismo, utilizando "crepé", cabello postizo relativamente económico, que se vende en pequeñas trenzas, algunas de las cuales deben figurar siempre en la caja de caracterización del actor.
Para hacer, por ejemplo, una luchana, se deshace un trozo de esas trenzas, se peina bien con un peine fino de peluquero, y con los dedos y las palmas de las manos se les da forma a las dos planchuelas -anterior y posterior-; se moja la barbilla con mástic o barniz blanco, y se aplica la primera de ellas haciendo coincidir sus picos con las comisuras de la boca; luego, se pega la segunda y se peinan ambas de modo que se unan por los bordes; por último, se recortan con tijeras de peluquero.
Estas barbas, si no son muy largas, pueden usarse varias veces, a condición de que se las despegue con cuidado; para ello, se toma con los dedos el crepé por la parte en contacto con la epidermis, y se lo separa de ésta dándole tironcitos secos de arriba para abajo, nunca en sentido horizontal; también se pueden despegar, empapándolas ligeramente con bencina.
En igual forma, aunque, por supuesto, con una sola planchuela, pueden confeccionarse bigotes y patillas.
Otro procedimiento para hacer una barba que resiste mejor los primeros planos y que, por lo tanto, se usa con preferencia en el cine, consiste en lo siguiente: Se toma un trozo de trenza de crepé más largo que la barba que se desee, se deshace y se peina muy bien; se pinta el mentón con mástic o barniz blanco, se hace con una parte del crepé una especie de persiana que se sujeta por uno de sus extremos con los dedos índice y medio, y
se van pegando las puntas presionándolas con el lomo del peine_ Estas persianas tienen que ir encimadas, es decir, que se pegan empezando por abajo, y cuando se ha cubierto la parte engomada, se presiona fuertemente con una toalla para que se adhieran bien; se peinan de nuevo, y se recortan de acuerdo al tipo de barba requerido.
Cuando hayan de utilizarse postizos, se tendrá buen cuidado de no empastar las partes de la cara en que van a fijarse, pues ]a grasa de la pintura determinaría su pronto desprendimiento.
En la figura 54 vemos cómo los postizos modifican una cara sin necesidad de alterar los rasgos, y hasta qué punto contribuyen a una mayor apariencia de ancianidad, acentuada por unas pocas arrugas.
Téngase presente que, cualquiera sea la edad del intérprete, el cabello rubio "rejuvenece", mientras que el de los otros tonos da una sensación de más años.
La caracterización, lógicamente, no se limitar a rejuvenecer o envejecer al intérprete, sino a dar a sus facciones un aspecto en consonancia con el personaje que interpreta: un clérigo, un borracho, un "niño de mamá", un matón, etc., etc. El viejo refrán "la cara es el espejo del alma", falso la mayor parte de las veces en la vida real, tiene en el teatro permanente vigencia; el grueso del público no acepta ninguna desviación de las líneas convencionales a este respecto, y se manifestaría desilusionado si la apariencia física del actor no fuese la que, en su concepto, corresponde a un determinado papel.
A cabo de no mucho tiempo de práctica, y tomando un buen modelo, ya de personas conocidas, ya de fotografías, el intérprete no encontrará mayores dificultades en lograr, en cada caso, una caracterización que responda adecuadamente al tipo que haya de representar.
No debe creerse, sin embargo, que los postizos y la pintura bastarán por sí solos para dar realidad a un personaje; una corbata torcida, los hombros caídos y un gesto de tristeza, darán al público una más completa sensación de fracaso, de abatimiento, que la que pudiera obtenerse trazando pliegues en la frente y en las comisuras de la boca.
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