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Una emoción es un estado de ánimo originado por una sensación o una idea de intensidad bastante para producir una conmoción orgánica que el sujeto percibe, y que exterioriza en gestos y actitudes, vale decir, en movimientos musculares.
Estas reacciones, lógicamente, difieren según la causa que las motiva y la idiosincrasia del individuo, dependiente de su constitución física y, en mucho mayor grado, de su educación intelectual y del ambiente social en que se ha formado. Registrada en el cerebro, la sensación es captada por nervios que la trasmiten a los músculos correlativos, los cuales la traducen, como se ha dicho, en movimientos.
Supongamos que un prójimo es asaltado a la vuelta de una esquina por dos malhechores. Su reacción dependerá, a no dudar, de su temperamento; si se trata de un impulsivo, es muy probable que la emprenda a golpes con aquéllos, presa de viva excitación, sin medir las consecuencias que puede acarrearle su actitud; si es un hombre bien equilibrado mentalmente, aunque le sobre valor, pensará que cualquier resistencia podría ocasionarle mayores perjuicios por su situación de inferioridad frente a dos sujetos armados, y se someterá al despojo, aunque crispando los puños y mordiéndose los labios; si es un apocado, temblará de pies a cabeza, musitará con voz entrecortada algunas palabras de súplica o quedará mudo y dejará mansamente, sin el más leve gesto de protesta, que le quiten la camiseta. En cualquiera de los tres casos, la emoción será auténtica, por corresponde a un hecho cierto.
En la escena, en cambio, el actor no puede emocionarse porque sabe que el asalto es simulado y su cerebro, sus nervios y sus músculos no responden espontáneamente; debe, pues, fingir la emoción para trasmitirla al público de manera tal que parezca real, y para ello ha de adiestrar constantemente sus músculos, desde los sutilísimos que rodean los ojos, hasta los de mayor volumen y consistencia que accionan las extremidades.
La mirada debe estar siempre en armonía con el movimiento de los músculos faciales.
No es posible, como se comprenderá, dar reglas concretas acerca de gestos y ademanes; en primer término, porque ellos están subordinados a la enorme variedad de situaciones que los autores plantean, y en segundo, por los infinitos matices que sería necesario considerar, teniendo en cuenta la edad, condición social, época de la acción, y un sin número de circunstancias que varían en cada personaje; se puede, en cambio, y así vamos a intentar lo, dar algunos principios generales, que servirán de base al actor inteligente, para hacer un estudio de la importantísima parte que corresponda a la mímica en el papel que ha de interpretar.
El gesto, tanto como la voz, es imprescindible para crear un personaje de carne y hueso; la actriz bellísima y el galán apuesto, pero con cara de hielo, no dejarán de parecer maniquíes por muy importante que sea lo que digan. La mirada debe estar siempre en armonía con el movimiento de los músculos faciales y reflejar una emoción, agradable o desagradable *, pues los ojos no pueden estar "mudos" en ningún momento. En el teatro, la expresión "hablar con los ojos", tan utilizada en el lenguaje popular, ha de constituir una permanente consigna.
Todos los comediantes dan a la forma de las cejas la atención que realmente merecen, pero no son muchos los que alcanzan a comprender la extraordinaria importancia que tienen los movimientos de ese apéndice capilar para la exteriorización de estados de ánimo. Más o menos contraídas, trasuntan preocupación o enojo; enarcadas, revelan miedo, sorpresa o estupidez; arqueadas, malicia o ironía, etcétera.
Es preciso, desde luego, para lograr estos efectos, someterlas a una paciente gimnasia, hasta que respondan de inmediato a la voluntad del intérprete.
Los gestos y ademanes que se hacen en escena, no son siempre idénticos a los espontáneos sino algo más complicados que en la realidad, aunque no más exagerados; la necesidad de que los intérpretes no incurran en movimientos o actitudes antiestéticas, obliga, frecuentemente, a seguir una línea distinta de la común en la vida ordinaria.
Excepto en situaciones especialísimas, el momento interpretativo se desarrolla por este orden: mirada, acción y palabra. Cuando un amigo viene a casa a visitarnos, primero nos mira, después nos extiende la mano, y por último o simultáneamente, nos habla. Si tenemos una agria disputa con nuestra esposa, en el momento en que ya ha colmado con exceso nuestra paciencia, la fulminamos primero con los ojos, pegamos un tremendo puñetazo en la mesa o le damos un puntapié al mueble más cercano después, y cerramos la serie con un enronquecedor "¡basta!" o una expresión más desahogante aunque menos académica.
Amor
Maternal: No requeriría, en verdad, acotación alguna, pero consignemos, no obstante, por si se hubiese entibiado en alguna de nuestras lectoras ese noble sentimiento consustancial a la condición femenina, que el amor de la madre a su hijo se expresa, escénicamente y en circunstancias normales, con miradas de intima complacencia, sonrisa sostenida, voz mimosa que toma, frecuentemente, inflexiones infantiles, y tacto cauteloso y suave al manejarlo.
Místico. - Ademanes y gestos muy moderados; andar de ritmo lento con la cabeza levemente inclinada; voz clara, pero no alta, con muy pocas y medidas inflexiones; sonrisa apenas esbozada; mirada apacible, frecuentemente perdida en un punto incierto, que adquiere vida e intensidad al fijarse en una imagen sagrada.
Ingenuo. - Ingravidez de todo el cuerpo; miradas tiernas. ademanes amables, voz dulce, caricias tímidas.
Este sentimiento se manifiesta, cuando el galán es un mozo impetuoso, en forma abiertamente opuesta: ademanes briosos, hablar apresurado y dominante, abrazos violentos, risa estruendosa, etcétera.
Las manifestaciones precedentes son, como se deduce, propias de los jóvenes; los adultos, en términos generales, son más comedidos, aunque unos y otros ofrecen como características comunes, la voz arrulladora, pero no monótona, y el brillo de los ojos, que revela felicidad; en los hombres, se agrega una actitud de protección que se traduce en diversos detalles.
Celos. - Conforme a la situación del libreto, pueden revelarse en manifestaciones de tristeza o de cólera, o de una y otra, según el estado de ánimo del personaje.
El beso. - No requiere técnica especial el que se da en la mejilla o en la frente, ni el que, acompañado de una reverencia, se estampa en la mano de una dama; es necesario, en cambio, decir unas palabras, acerca del que, casi sin excepciones, constituye el complemento y remate de las escenas amorosas.
Todo director de un conjunto de aficionados puede dar fe del tiempo y trabajo que cuesta acostumbrar a los principiantes a ensayar e interpretar estas escenas sin atribuirles más importancia que a las demás de cualquier obra; jóvenes que, fuera del escenario, alardean de irresistibles conquistadores, y vampiresas en agraz, con pujos de destructoras de hogares, se ven acometidos por una terrible confusión, que imposibilita la menor apariencia de realidad, tan pronto como llega el momento de besarse. Ya por una explicable timidez que tratan de encubrir con diversos pretextos, ya por el temor de parecer demasiado sinceros, el caso es que, al juntar sus bocas, lo hacen con tanta vacilación o con tanto ímpetu, que privan a la escena de todo asomo de naturalidad.
La actriz y el actor en ciernes, tienen que hacerse a la idea de que nada de cuanto acontece en la obra guarda la menor relación con su vida real; su tarea consiste en trasmitir al auditorio emociones que no son propias, sino de los personajes que encarnan, y por ello, el roce de sus labios con los de otro intérprete de distinto sexo, no difiere del hecho de propinar o recibir una bofetada, de estrechar una mano, o de hacer cualquier ademán.
Alguna que otra vez el beso es fulminante o robado; lo más frecuente, es que constituya el remate de un diálogo, durante el cual los dos términos del binomio, se han ido aproximando gradualmente, a medida que el clima erótico iba en ascenso; su duración depende. por supuesto, de la situación descrita por el autor, siendo preferible, por muchas razones, que pequen por breves y no por largos.
Para que la emoción que se desprende de esta manifestación amorosa llegue al espectador en toda su plenitud, ambos personajes se colocarán de perfil en relación a la sala, mirándose tiernamente a los ojos; los pies de uno y otro observarán igual disposición que al iniciar un tango.
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