La adolescencia es una crisis de crecimiento y de adaptación a una nueva edad. El adolescente se está haciendo mayor mediante los retos propios de la etapa de la vida que protagoniza. Son retos continuos que conllevan determinadas tareas a realizar. Por esta razón, padres y profesores deben enseñarles a crecer en libertad responsable. La libertad no es incompatible con la responsabilidad. Y esto es un reto para los propios padres ya que deben aprender a confiar en sus hijos de tal forma que puedan decidir por sí mismos sin dejarse arrastrar por el grupo. El chico debe ser consciente del significado del deber para ejercerlo de manera responsable más allá de aquello que hagan o dejen de hacer los demás. Cada persona debe ser responsable de sus acciones ya que cada acto tiene una consecuencia positiva o negativa.
Los padres tienen que conocer a sus hijos. Tienen que implicarse en su educación y formación personal de lo contrario los hijos se convierten en extraños. Sólo así podrán ayudarles: charlando con ellos, dialogando, conociendo sus gustos, sus aficiones, compartiendo su tiempo, mostrándoles cariño y atención, orientándoles, confiando en ellos y no como amigos sino como padres puesto que la labor de la amistad no es educar. Por esta razón, un padre nunca debe perder la perspectiva de la relación paterno filial que le une a su hijo. Todo ser humano es social por naturaleza: la familia es la primera comunidad de amor que dota de sentido la existencia humana. Crear un clima de confianza familiar es fundamental para nutrir la autoestima del hijo y para que el joven pueda hallar un lugar en el que sentirse seguro y a salvo de todo peligro. Es aconsejable que todos los miembros de la familia puedan encontrar un espacio diario para compartir juntos ya sea, por ejemplo, el momento de la comida o de la cena. Puede ser el momento adecuado para charla de lo acontecido durante el día.
Por tanto, la adolescencia representa un periodo de crisis que es muy positivo y enriquecedor no sólo para los jóvenes sino también para los padres que renuevan y reconstruyen los lazos de unión con sus hijos dando paso a una relación paternal más madura. En la infancia, el niño idealiza a sus padres hasta el punto de que no ve ningún defecto en ellos. Los trata como si fuesen héroes que pueden protegerle de cualquier peligro. Sin embargo, con el paso de los años adquiere una visión más realista de aquellos que le dieron la vida. En la adolescencia, la imagen idealizada cae. Por esta razón, comienza a observar no sólo las virtudes sino también los defectos con el objetivo de quererles tal y como son. Normalmente, todo aquello que resulta desconocido de entrada asusta porque es nuevo y la persona deja de moverse en el terreno de la seguridad. Por este motivo, la adolescencia como un periodo nuevo de la vida asusta en principio a aquellos que tienen la difícil pero a la vez apasionante tarea de educar. El mejor remedio para evitar el miedo es recordar que todo anciano fue en su momento un adolescente.
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