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Cocina afrodisíaca

"Cuerpo de mujer..."
 
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“Esta noche soy la gran Madre –útero, casa y cama; resplandor, calor, luz y fuego; coraje y pasión-. Y alimento. Soy todo eso.

Soy la mujer que da ilusión y recibe a cambio la imaginación del hombre.”

-Anaïs Nin-

“Soy de la generación del “ahí abajo”. Esas eran las palabras que las mujeres de mi familia pronunciaban –lo que rara vez ocurría- en voz muy baja para referirse a los genitales femeninos, internos o externos. No era que ignoraran términos como vagina, labios, vulva o clítoris: mujeres educadas para ser maestras o profesoras, probablemente tuvieron más acceso a la información que la mayoría. Pero nunca escuché palabras precisas ni dichas con orgullo.

Por ejemplo, nunca, ni una sola vez, escuché la palabra clítoris: pasaron años antes de que supiera que las mujeres poseían el único órgano en el cuerpo humano que no tiene otra función más que el placer. (Si dicho órgano fuera exclusivo del cuerpo masculino, ¿se imaginan cuánto escucharíamos de él, y cuántas cosas justificaría?). Me contaron los nombres de cada una de las increíbles partes de mi cuerpo, excepto las de un área innombrable. Así quedé sin protección contra un montón de palabras vergonzantes y contra los chistes agresivos que se cuentan en el patio del colegio. Y más tarde, contra la creencia popular de que los hombres –como amantes o médicos- sabían más del cuerpo de la mujer que las mismas mujeres.

Vislumbré el espíritu del propio conocimiento por primera vez en la India: en los templos y santuarios hindúes vi el “lingam”, un símbolo masculino abstracto, pero también vi el “yoni”, un símbolo genital femenino, una forma parecida a una flor, un doble triángulo o un óvalo con dos puntas. Me contaron que, miles de años atrás, este símbolo era adorado como más poderoso que su equivalente masculino. Era una creencia tan grande y profunda que algunas de las mujeres de religiones monoteístas que llegaron después la mantuvieron en sus tradiciones, aunque dichas creencias eran (y siguen siendo) marginadas y negadas como herejías por los líderes de las principales religiones.

Cuando regresé a casa, las actitudes americanas sobre los cuerpos femeninos estaban tan lejos como la India. Incluso la revolución sexual de los `60 solo logró que haya más mujeres disponibles para más hombres: el “no” de los `50 fue reemplazado por un constante y esperado “sí”. No fue hasta el activismo feminista de los `70 que comenzaron a existir alternativas a todo, desde religiones patriarcales a Freud, de la doble moral del control patriarcal/político/religioso sobre el cuerpo de la mujer como medio de reproducción.

Aquellos años de temprano descubrimiento están ligados a algunos recuerdos sensoriales, como caminar a través de la Casa de la Mujer de Judy Chicago, en Los Ángeles, donde cada habitación fue creada por una artista diferente. Allí descubrí el simbolismo femenino en mi propia cultura por primera vez: por ejemplo, la forma que llamamos corazón, cuya simetría se parece a la vulva mucho más que la asimetría del órgano que comparte su nombre, es probablemente un vestigio que quedó de algún símbolo genital femenino, reducido del poder al romance durante siglos de dominación masculina. Para cuando las feministas estaban poniendo “¡Concha al poder!” (Cunt power!) en prendedores y remeras, como una forma de reclamo que devaluaba a la palabra, yo podía reconocer el restablecimiento de un poder antiguo.

Las últimas tres décadas de feminismo también estuvieron marcadas por una profunda ira, mientras la verdad sobre la violencia contra el cuerpo femenino era revelada, así llevase la forma de violación, abuso sexual infantil, violencia antilesbiana, abuso físico a mujeres o el crimen internacional de la mutilación genital femenina. La cordura femenina fue salvada sacando a la luz estas experiencias ocultas, nombrándolas, y convirtiendo nuestra furia en una acción positiva para reducir y sanar la violencia. Parte de la oleada de creatividad que ha resultado de esta energía de decir la verdad es esta pieza teatral y libro.

Espero que mis abuelas hayan sabido que sus cuerpos eran sagrados. Con la ayuda de voces escandalosas y honestas como las de este libro, creo que las abuelas, madres e hijas del futuro se sanarán a si mismas y repararán al mundo.”

-Eve Ensler; “Los monólogos de la vagina” (prologo)-

 
 
 
 
   
 
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