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Insensibilidad al dolor físico.
 
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Aquí se trata de un entrenamiento, diríamos, fakirista. Una de las mejores formas de vencer el dolor físico es acostumbrarnos, paulatinamente, a él. Y el hecho de autoinfligírnoslo. Así lograremos poco a poco controlar psíquicamente los centros de respuesta al dolor y anularlo a voluntad. Para este curso, recurriremos a un método de autosugestión que prescinde de lo que podríamos llamar "mecánica fosfénica".

Tomaremos una aguja que previamente la apoyaremos sobre un punto cualquiera de nuestro cuerpo. Luego, elaboraremos una imagen mental consistente en imaginar capas de cartón superpuestas, unas sobre otras, y una gran aguja apoyada en la superior.
Lentamente, mentalizaremos la aguja penetrando el cartón, mientras muy lentamente iremos introduciendo la aguja en nuestro cuerpo.
Iremos realizando esto de tal forma que introducir primero la aguja mental en las capas de cartón antes de la real en nuestra piel; basta hacerlo hasta la mitad de su longitud para considerar culminada con éxito la experiencia. La idea es que nos mentalicemos con el juego de "el cartón no sangra ni siente — mi cuerpo es de cartón— mi cuerpo no sangra ni siente" . La primera propuesta es también útil para el acto de extraer la aguja, obviamente sin sangrar.
Lentamente podemos infligirnos mayor daño, anulando totalmente la sensación de dolor.

Expulsión de problemas psicológicos
Esta es una técnica sumamente sencilla — y sumamente efectiva— para eliminar el "umbral de estrés" ocasionado por conflictos internos que no encuentran, concientemente, fácil superación.
Debe regresar a la mentalización de la "caverna" oscura, cálida, silenciosa, visualizándonos en un lento deambular por su interior. Sorpresivamente, nos encontramos con una roca negra, dura, fría, que nos obstruye el paso. Vemos su superficie.
Observamos en su superficie inscriptos nuestros complejos, nuestros miedos, nuestras angustias, nuestros traumas, nuestras frustraciones. Todo aquello que alguna vez nos ahogó, nos sangró, provocó nuestro llanto, está allí inscripto, fijado a la piedra.

Todo aquello que nos dolió... que nos ahogó... que aún hoy nos frustra... observamos... nuestros complejos, nuestras angustias, nuestros miedos... fijos a la roca.
Lentamente ésta se eleva, a impulso de una orden mental de nuestras parte... muy lentamente, va ganando altura la roca donde se encuentran inscriptos nuestros temores, nuestras angustias, hasta casi acariciar el cielorraso de la caverna.
Lentamente atraviesa el techo de la misma... lentamente también, atraviesa nuestro cuerpo, flotando algunos centímetros sobre él. La tenemos frente a nosotros. La roca negra, dura, fría, cargada con nuestros fracasos, nuestros miedos recónditos.
La tocamos, con las manos de nuestra mente. Suavemente abrimos los ojos y, en la penumbra, tomamos lápiz y papel y escribiremos todo lo que, fluidamente, afluye a nuestra conciencia, sin detenernos a pensar, sin buscar temario ni preocuparnos por la construcción de las frases, únicamente cuidaremos de escribir todo lo que se agolpe en nuestra mente, por inconexo o desubicado que pueda parecernos.
Luego nos relajamos, leemos una vez más lo que está escrito y, tomando un fósforo o encendedor, lo quemamos.
Repetiremos este ejercicio todas las veces que la necesidad lo dicte, aquilatando así, al poco tiempo, la confianza en nosotros mismos.

 
 
 
 
 



   
 
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