Estos ejercicios están pautados como elementos capaces de modificar la conducta de terceros, bajar sus defensas psicológicas, obligarles a actuar en el sentido que nosotros queramos y acatar nuestras sugestiones. En verdad, se encuentran teñidas de mecanismos hipnóticos.
Parten del supuesto de que, por el comportamiento visual de un sujeto, no sólo podemos juzgarlo con bastante acierto sino asimismo, por ejemplo mirándolo fijamente a los ojos, vencer sus mecanismos de resistencia.
Decimos de quien conversa con nosotros sin mirar nuestro rostro que se trata de una persona débil, de carácter inseguro o falso, por regla general, acordamos que quienes "miran el paisaje" mientras conversamos no expresan la realidad de sus pensamientos y sentimientos, mientras que el "observador del tercer botón" porque siempre parece estar mirando el tercer botón de nuestra camisa) es un individuo de poca firmeza mental o espiritual.
Nuestra firme mirada desconcierta y apabulla, y la confusión es el instrumento ideal para evitar que el otro organice sus defensas y contraataque. Para poder transmitir nuestras convicciones con nuestra mirada sin traicionarnos existe una pequeña trampa: mirar, no los ojos en sí de la otra persona, sino sólo uno de ellos, fijar allí nuestra vista y concentrarnos hasta distinguir nuestra imagen reflejada en la pupila del otro. Si la distancia no lo permite, visualizar ese reflejo. Esto brinda seguridad, confianza, ya que distrae a nuestro inconsciente de la opresión del "sentirse observado" hacia la sensación gratificante de reflejarse en un espejo.
El entrenamiento consiste en sentarse a unos cuarenta o cincuenta centímetros del rostro del compañero y permanecer todo el tiempo que sea necesario observándose fijamente en forma mutua (lógicamente, pudiéndose pestañear) con la vista clavada en un ojo, esforzándose por observarse a sí mismo reflejado en ese ojo, y con la mente ocupada sólo en eso.
Los mecanismos psicológicos con que fuimos educados no conciben a la mente
conciente enfrascada en una tarea aparentemente tan mínima como esa. Por eso, aunque en principio creamos que se trata de un quehacer muy sencillo ("¿quién puede tener problemas en eso de mirarse a los ojos, simplemente?") nuestro inconsciente — que no va a transar a la hora de dejarse controlar por nuestro yo conciente— va a jugarnos algunas malas pasadas; trata de "llenar" ese vacío de acción sin acción y es por ello que sobrevienen deseos de mirar hacia otro lado. Los estímulos exteriores (ruido, por ejemplo) aparecen enormemente amplificados, nos atacan incontrolables deseos de reírnos, o el rostro de nuestro compañero parece transformarse, brillar o desvanecerse. Esto nos enseña cuán lejos estamos de conocer los procesos mentales y, en consecuencia, de controlarlos. Y esto nos lleva al ejercicio siguiente.
Practicando con cierta periodicidad esta técnica observaremos que nuestras
determinaciones (por ejemplo, en las conversaciones con terceros, durante una venta o un examen) parecen mucho más firmes e influyentes. A ello debemos sumar el necesario mecanismo vocal (voz más bien grave dentro de nuestros propios tonos, pausada sin ser lenta, tonos claros, con repetidos "picos tonales" e irregular distribución de los tiempos de dicción) y el incremento en esa faceta, el éxito personal será sumamente significativo.
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