Edad Media:
El Decaimiento de la Estética.
La mujer de la Edad Media soportó las
consecuencias de una época caracterizada
por la austeridad, las frecuentes guerras y
las grandes epidemias.
El cuidado de la belleza resurge, sin embargo,
en los siglos XI al XIII al organizarse en Occidente
las Cruzadas para recuperar los llamados “Santos
Lugares”, entonces en manos de los musulmanes.
Estas guerras originaron contacto e intercambios
con otras culturas y consecuentemente se introdujeron
nuevas técnicas sobre afeites y cosmética
que suplieron las ya existentes en Europa. La
nobleza, en este periodo, se recluye en sus
castillos. Son los vendedores ambulantes de
bálsamos, artículos de tocador
e hierbas medicinales, que van de castillo en
castillo vendiendo sus productos, quienes conservarán
y renovarán los secretos de la cosmética.
Éstos se guardan en la “muñeca
para adornarse”, nombre que se le daba
al tocador. El tocador medieval era un hermoso
y complicado mueble, lleno de cajones y espejos
que, al estar cerrados, daban al tocador la
apariencia de un escritorio.
Durante los primeros siglos de la Edad Media
los nobles no descuidaban la higiene personal.
En las ciudades, los baños públicos
eran visitados con frecuencias por éstos,
mientras que en los castillos las damas se bañaban
en agua fría perfumada con hierbas aromáticas.
Pero a medida que la Edad Media avanza, estas
costumbres se van olvidando. Los perfumes de
fuerte olor sustituirán poco a poco a
la más mínima higiene corporal.
El Renacimiento: Nuevo Resurgir de la Estética.
A la Edad Media le sucede el Renacimiento, época
en la que los valores estéticos toman
un nuevo impulso, olvidados desde Grecia y Roma.
La sensibilidad por el arte, la filosofía
y la cultura en general, adquieren en el Renacimiento
una importancia clave. Es el momento del florecimiento
del arte italiano, de los mecenas, de la concepción
filosófica del hombre como “hombre-total”,
sin especializaciones.
La estética, en todos los campos creativos,
llega a cotas refinadísimas. La belleza
lo abarcará todo y por tanto la estética
femenina formará también parte
de esta armonía que envuelve la vida
de la Italia renacentista.
Este país se convertirá en el
centro europeo de la elegancia. Las nuevas propuestas
de la moda, la belleza y la estética
salen de Italia para influir en las cortes de
Europa.
En el siglo XVI los monjes de Santa María
Novella, en Florencia, crean el primer gran
laboratorio de productos cosméticos y
medicinales.
El ideal de belleza de mujeres nobles italianas
consistía en tener un cuerpo de formas
muy curvadas, la frente alta y despejada, sin
apenas cejas y la piel blanquecina.
Tener el pelo rubio era sinónimo de buen
gusto y para conseguirlo mezclaban los extractos
más inverosímiles.
Los primeros tratados de belleza y cosmética
aparecieron en Francia e Italia durante estos
siglos. En 1573, en Paris, sale el libro “Instrucciones
para las Damas Jóvenes” y en Italia
el libro de Catalina de Sforza “Experimentos”.
En este libro encontramos toda clase de recetas
cosméticas y perfumería, escritos
sobre maquillaje, para corregir defectos del
cuerpo e incluso reconciliar matrimonios.
En el siglo XVI Catalina de Médicis,
interesada por todo lo referente a la estética,
dedico gran parte de su tiempo al estudio de
ungüentos y combinaciones de cremas. Más
tarde, al convertirse en reina de Francia, llevo
consigo a los mejores especialistas en perfumes
de Florencia, quienes se impusieron en el arte
de la perfumería.
Fue precisamente una de sus más íntimas
amigas quien instaló en Paris el primer
Instituto de Belleza. A pesar de los cambios
producidos, todavía la higiene personal
dejaba mucho que desear. Las memorias personales
de los nobles de la época relatan cómo
la reina Margarita de Valois le resultaba dificilísimo
peinarse por lo enredado que tenía el
cabello a falta de hacerlo más a menudo;
o cómo se lavaba las manos una vez por
semana.
|