Si quieres lograr diálogos decentes es necesario aprovechar cada ocasión para captar las voces de la gente. La cola en un supermercado, la espera en el consultorio, el trabajo, en cualquier lugar que puedas, sé un voyeur.
Si logras desprenderte de algunos prejuicios linguísticos, aprenderás más en una tarde en la calle que con una docena de buenos manuales.
Te sugiero la siguiente actividad:
- Recopilar anécdotas ajenas y apropiarse de algún detalle o de su totalidad.
Desde los cuentos de la abuela, que nos cuenta por milésima vez, hasta la andanza nocturna de un compañero de trabajo, toda anécdota, con un buen tratamiento, puede convertirse en material literario. Está en ti si quieres conservar las expresiones de quien cuenta, o, por el contrario decides darle otro tratamiento al lenguaje.
Simplemente escucha. Mejora cada día la capacidad de escuchar, toma lo necesario y desecha sin piedad lo que no esté al servicio de la historia que quieras contar.
Recuerda que la forma en que un personaje habla puede ser suficiente para definirlo: El escritor Rodolfo Martínez dice que “Un personaje que habla de cierta forma evocará en nuestra mente una concreta forma de ser y, ni siquiera será necesario describirlo física o mentalmente para que tengamos una imagen clara de cómo es.” Por otra parte la pobreza de los diálogos puede arruinar una buena historia, y los diálogos suelen ser unos de los principales obstáculos del escritor principiante.
¿Cómo debería ser un buen diálogo? Debe sonar natural a nuestros oídos, que parezca un diálogo de los que se puede oír por la calle. Como escribimos en función de una historia , el diálogo debe aportar información, no ser simplemente una perorata vacía.
Ritmo del diálogo:
El diálogo debe fluir con ritmo, para adquirir este sentido del ritmo se recomienda la lectura de poesía clásica, férreamente estructurada en torno a grupos acentuales muy concretos. “Un soneto de Garcilaso o de Quevedo puede ser de mucha ayuda para ayudarnos a ir cogiendo ese ritmo”. (Rodolfo Martínez)
¿Dónde está entonces la naturalidad? Ahí es donde interviene el oído del escritor, su intuición y sus años de oficio.
La gente, cuando habla, se interrumpe unos a otros, se producen lapsos de silencio, un personaje inicia un chiste y aquel con el que está hablando se lo termina.
Si bien existen abundantes estudios teóricos de la oralidad, a los efectos prácticos, todas sus características pueden apreciarse transcribiendo la grabación de una conversación casual.
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