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Curso de Creación Literaria, El almohadón de pluma

La jerga y las malas palabras.

 
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La jerga
En cuanto a la jerga debemos considerar dos aspectos: Cada profesión, cada forma de vida, tiene su vocabulario propio. Si queremos que determinado ambiente sea verosímil, hay que usar la jerga del lugar. Y cuando digo del lugar me refiero exactamente a eso.

El mismo personaje, supongamos un abogado, hablará de forma totalmente diferente en el bufete y en la cancha de fútbol. ¿Hasta dónde llevar el asunto de la jerga? No es que sea necesario conocer al dedillo la totalidad del lexicón de una profesión, pero sí conocer las palabras de uso más comunes para caracterizar al personaje razonablemente bien.

Las "malas palabras" en la literatura.

Técnicamente un lingüista nos diría que no existen las palabras malas, las palabras, en teoría, son simplemente signos. Lo curioso es que el referente de las palabras “mierda” y “excremento” es el mismo. Sin embargo, el primero puede resultar ofensivo con mayor frecuencia que el segundo. Estamos tan acostumbrados a que sea así, que casi nunca nos preguntamos ¿por qué?
¿Por qué consideramos algunas palabras como malas, en tanto otras, que designan lo mismo, son aceptables?
En una mala palabra, el signo no sólo señala a su referente, sino que nos da información del contexto, es decir sabemos que esta palabra es escogida para un contexto determinado, que no es el mismo que para la palabra considerada “aceptable”. La mala palabra, es utilizada en un contexto de desconformidad, queja, ira, etc.

Según lo veo, estas “malas palabras” cumplen una función importante en el lenguaje.
A través de la historia han sido la proyección de la agresividad humana en la lengua. Muchas veces son un paso intermedio antes de la violencia física. Tal vez, de no existir, el hombre sería más físicamente violento. Representan una forma de descargar tensiones. Existe, al menos en las películas, una enfermedad en la cual el enfermo es un predicador compulsivo de exabruptos. Esto, de alguna manera, demuestra que existe una importante relación entre las “malas palabras” y la psique humana.

Las circunstancias influyen en los diálogos de las personas.

Hay que tener en cuenta que, si el diálogo lleva una gran carga emocional, es muy probable que alguno de los personajes que intervienen en él, en un momento dado, suelte una palabrota para aliviar su propia tensión o recalcar una idea. ¿Por qué no? No hay que tener miedo a las palabrotas, la gente las usa cuando habla y, aunque el escritor no debe abusar de ellas, resulta peor aún que prescinda totalmente de su uso. Nada resulta más ridículo que un individuo que supuestamente está furioso, diciendo: "¡Recorcholis!” ,“¡Caracoles! ". Si está furioso de verdad, soltará un exabrupto. No hace falta ser terriblemente vulgares, pero uno o dos palabrotas insertadas en una conversación de forma natural ayudan a hacerla más creíble, siempre que no nos pasemos.

Prueba tus diálogos.
Y cuando ya tenemos el diálogo ¿cómo sabemos que éste es válido? Una solución puede ser coger lo que uno acaba de escribir e intentar leerlo en voz alta. Eso nos salvará en más de un momento de perpetrar diálogos que nos parecían maravillosos en la página escrita y que al ser oídos se nos revelan cursis, artificiales o torpes. Sin embargo tampoco esa es la solución definitiva

Recuerda que una mera transcripción de la oralidad puede no funcionar. Es la esencia del diálogo lo que debemos captar.
Inversamente, un diálogo puede sonar perfecto al oírlo y luego, en la página, resultar completamente inadecuado. No olvidemos que la literatura es, en el fondo, un artificio, un fingimiento. Un diálogo escrito debe parecer que es igual que uno hablado, pero en realidad no lo será.

Diálogos entre varios personajes.
Hacer conversar a más de dos personajes suele ser difícil de lograr para el escritor e imposible de entender para el lector. Pero si la historia reclama que en haya presentes cuatro o cinco interlocutores, existe un truco para salir ilesos. Rodolfo Martínez recomienda diseñar el diálogo como si se desarrollase solo entre dos interlocutores. Y luego, tomar la parte del diálogo de uno de ellos y dividirla a su vez entre otros dos o tres personajes. Si se hace con el suficiente cuidado, el lector tendrá la impresión de que todos hablan, y la dificultad para el escritor no habrá aumentado en exceso.

Actividad:
Veamos que tal te salen los diálogos en alguna de estas situaciones:

Entrevista de trabajo en una empresa de seguridad. La gerente, diez años menor, se le insinúa a un aspirante al puesto de guardia.

Un vendedor de libros intenta cobrarle a un cliente moroso.

Dos amigos inseparables de la escuela se encuentran veinte años después, en la cola del circuito electoral.

 

 
 
 
 
   
 
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