El apego consiste en la vinculación afectiva, estable y consistente que se establece entre un niño y su madre, como resultado de la interacción entre ambos.
Se consideran como antecedentes o precursores de la Teoría del Apego tres descripciones sobre comportamientos: a) El síndrome de hospitalismo o deprivación materna, b) El descubrimiento sobre la impronta, descrito por K. Lorenz y c) La descripción sobre las conductas afectivas realizada de Harlow. Que le otorgan a la necesidad del vinculo (mediante el apego) la entidad de convertirse en una necesidad primaria, al igual que como hasta entonces lo habían sido consideradas la conducta alimentaría y sexual.
Los estudios sobre el hospitalismo señalan que la privación del amor materno, en niños criados en instituciones tipo hospitales, orfelinatos, etc. provoca retrasos en el desarrollo, incluso con alteraciones físicas y mentales. El retraso puede afectar a la inteligencia, a la capacidad de pensamiento abstracto, a la madurez social, a la capacidad de seguir reglas, a la socialización y al desarrollo del lenguaje. Esta situación viene dada porque, aunque si bien reciben un adecuado cuidado físico, no tienen la posibilidad de establecer un vínculo con una persona en concreto, ya sea debido a la rotación del personal, o bien por la escasez del mismo.
Lorenz denomina “impronta o troquelado” al proceso por el cual se establece un vinculo con los progenitores independientemente de la alimentación. Forma parte del programa biológico de cada especie y que se despliega a partir del nacimiento.
Harlow, con el estudio de las crías de macacos comprobó que marcaban una clara preferencia por la madre tierna (de tejido de felpa) aunque también ficticia, más que por la madre alámbrica que les proporcionaba alimento mediante un biberón. Confirmando la teoría de que la necesidad de establecer vínculos sociales con la madre es un proceso primario independiente de la alimentación. Al contrario de lo que se había considerado anteriormente por los psicoanalistas y conductistas.
La configuración del apego se estructura a modo de dialogo entre la madre y el hijo. A los mensajes de cualquiera de las partes le sigue un tipo de respuesta determinada, que a su vez determina la calidad y cantidad de los nuevos mensajes. Es decir, la madre inicia la interacción con su hijo y en función de la respuesta del niño sus conductas se verán aumentadas, disminuidas o transformadas. En lenguaje propio de la teoría del aprendizaje, se puede expresar diciendo que no solo la madre enseña al niño sino que también el niño enseña a la madre. La forma en que la madre se dirige e interactúa con su hijo depende tanto de sus características, heredadas genéticamente, como de las experiencias previas relacionadas con sus propias interacciones. Es decir, de cómo se relaciono cuando era una niña con su propia madre y demás personas allegadas, de sus relaciones de niña con otros niños, y de sus experiencias como adolescente.
El niño, en condiciones normales, viene dotado genéticamente con un repertorio de conductas que le permitirán adaptarse socialmente. Este repertorio de conductas le sirve para atraer la atención de su madre, pero si estas conductas no son reforzadas y estimuladas, no podrán desarrollarse sobre ellas conductas más complicadas. Como parte de su desarrollo, de su maduración y de la adquisión de nuevas destrezas, habilidades y conocimientos. Así pues, va a depender tanto de la madre como del hijo, la calidad de las interacciones que establezcan. Así se define la calidad del apego como el fruto de las respuestas del cuidador a las señales que el niño emite en su búsqueda de proximidad y contacto.
Existe todo un repertorio de conductas que despliega el niño a partir del nacimiento y que tienen como objetivo provocar la proximidad y el contacto físico con la madre. Estas conducta se han agrupado de diversas forma: Bowlby distinguía entre conductas señalizadoras (no dirigidas a nadie en particular) y de aproximación (dirigidas a la madre); Ainsworth amplia la clasificación de conductas de apego en conductas: a) dirigidas a llamar la atención, b) conductas de orientación , y c) conductas de contacto físico activo. Los autores Vargas y Polaino nombran una serie de conductas encaminadas al establecimiento del vínculo: la respuesta de orientación y succión, el ajuste postural, las expresiones faciales, la mirada y el contacto ocular, la sonrisa, el llanto, la discriminación auditiva y la vocalización, la conducta de asirse y agarrarse y la imitación.
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