Como vimos, la risa tiene valores tanto terapéuticos como preventivos. ¿Por qué es que no hay mucha más gente que realmente este sintiendo los efectos benéficos de ella? Bien, porque parece que, en esta sociedad en la que vivimos, preocupada siempre por temas externos al ser humano, siempre corriendo y ocupada; una gran parte de las personas se han olvidado de cómo reír. O, al menos, de hacerlo lo suficiente.
Aunque parezca un poco tonto o, inclusive, traído de los pelos, se han realizado serios estudios para determinar cuanto se ríe, en promedio, una persona adulta por día, tanto ten tiempo neto de risa como en numero de veces por día que lo hace. Y los números con los que se encontraron estos estudios son menos que alentadores.
Lo primero que salta a la vista es que, aparentemente, a medida que pasan los años el ser humano pierde la capacidad de reírse. Mientras que un chico puede reírse trescientas veces por día, la mayor parte de los adultos solo lo hace unas quince o veinte. Se puede decir que es lógico, que los adultos tienen muchas mas preocupaciones y ocupaciones que los chicos, que tienen menos tiempo para jugar o para usar en actividades entretenidas, que deben hacerse responsable de situaciones que no son para reírse, mientras que los chicos sólo tienen que jugar y divertirse. Esto es cierto, pero aún así no debería ser determinante en nuestras vidas el tener que hacer cosas “serias” para que no tengamos la capacidad de encontrar lo gracioso en aquello que lo es. Se nota el exceso de seriedad en esta enfermedad del sentido de humor, en esta falta de capacidad para expresarlo libremente y disfrutándolo.
Aún más, a medida que pasan el tiempo y las generaciones más y más difícil se hace reír y menos y menos se logra hacerlo. Hace no tanto tiempo, tan solo medio siglo, la gente reía, en promedio, unos diez y ocho minutos por día. Adivinen a cuanto se ha reducido esta cantidad hoy en día. A tan solo unos seis minutos. Esto es, tan solo un treinta y tres por ciento de lo que solía ser. Un descenso bastante drástico, ¿no les parece?
Y lo más triste es que el nivel de vida, mientras tanto, ha subido. ¿Cuál es la relación entre las dos cosas que hace que, mientras mejor estamos, menos disfrutemos? ¿Puede tener que ver con esa necesidad casi enfermiza de lograr tener todo, el matarse trabajando para tener el ultimo modelo de los capítulos suntuosos?
Finalmente, hay también un cambio en aquello que se considera humorístico. Los chistes que hace treinta años causaban sensación hoy son recibidos, con suerte, con un tibio aplauso. Aún cuando vemos una serie de televisión de hace algunos años, que en su momento causo fervor, nos parece inocente y, como mínimo, ligeramente tonta. El sentido del humor ha evolucionado. ¿O ha involucionado? ¿Ha perdido capacidad o se ha vuelto mucho más refinado? ¿Qué es necesario hoy en día para reír?
Todos estos motivos hace que la mayor parte de las personas no se rían tanto como debieran.
¿Quién puede reír?
Mucha gente supone que no puede reír, que no tiene el sentido del humor que es necesario para poder hacerlo y que, por lo tanto, no podría seguir esta terapia. Pero hay un error en esta forma de pensar. Básicamente, si bien el sentido del humor puede ser el que genere la risa, también se puede dar el proceso inverso, sin demasiado problema. ¿Qué queremos decir con esto? Que el forzar el reírse puede generar el buen sentido del humor. No es necesario partir de este, sino que este puede ser nuestro punto de llegada.
Es, en realidad, un camino con dos entradas, por decirlo de alguna forma. Uno puede empezar teniendo un gran sentido del humor y por eso encontrar muy fácil el reírse o puede empezar forzándose a la risa, “haciéndola”, sin realmente sentirla. Esto puede parece inútil, un procedimiento falso, pero la verdad es que cuando uno, en un grupo de personas que esta dedicada a lo mismo, ríe de forma imitativa, lentamente se va soltando, se deja fluir, deja de lado las inhibiciones. Y cuando esto pasa, al mismo tiempo, el sentido del humor también fluye con total libertad, hasta que se vuelve parte de la persona. Este es un primer logro que puede ser muy importante.
Pero no es solo eso, no se queda en un proceso que eventualmente lleva a un sentido del humor que permite esta terapia, sino que los estudios médicos prueban que en realidad no importa si la risa es sentida o no, sino que aun con una risa forzada el organismo reacciona de la misma forma, genera los mismos químicos que cuando la risa es natural. Esto quiere decir, obviamente, que obtenemos los mismos beneficios.
Estos estudios, por supuesto, se basan tanto en investigaciones especialmente hechas como en ejemplos tomados de la vida real. En este aspecto, son muy interesantes los casos de actores, de personas que se ganan la vida interpretando emociones de diferentes estilos.
Por ejemplo, hay casos de actores que, cuando interpretaban papeles tristes, veían esas emociones repercutir en sus vidas, con una serie de síntomas (perdida de peso, depresión, exceso de sueño y dolores corporales) que no podían ser atribuidos a ningún problema de origen físico. Sin embargo, cuando luego de un tiempo cambiaban a papeles en los que tenían que reír e interpretar a gente feliz, estos síntomas desaparecían completamente. Este es el poder que tienen las emociones sobre nuestro estado físico. Mientras que actuar tristemente puede generar enfermedad, actuar de forma feliz puede tener el efecto exactamente opuesto.
Los clubes de risa, entonces, se basan en esta idea de actuar la felicidad, buscan poder hacerlo, y de esta forma pueden llegar a absolutamente todas las personas, sin importar cual es su sentido del humor habitual, sin importar cuanto se ríen por su propia cuenta. Si uno actúa la risa, eventualmente esta se vuelve parte de uno y realmente la siente.
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