En 1680 un tal Señor Martín publicó un procedimiento para fabricar polvo de carnes disecadas.
Tres siglos después, Martín de Lignac elaboró las Tablettes d´Ozy, derivado del caldo desgrasado y Chevet, célebre proveedor de Balzac, fue el creador de un sopa en tabletas.
En los años de 1860 en Uruguay y Argentina el ganado era a menudo sacrificado sólo por su piel y sebo, y se dejaba pudrir la carne. Un ingeniero de ferrocarriles europeo George Giebret que trabajaba en América del Sur tomó contacto con el más importante químico alemán de la época Justus Liebig para indagar si acaso era posible usar esta carne y embarcarla hacia el Viejo Mundo. Usando las técnicas de evaporación desarrolladas para la industria del azúcar, se ideó un proceso el que se las reses muertas se molían, se cocían al vapor, se pasaban por el tamiz, se desgrasaban y reducían. Había nacido el ‘extracto de carne'. Nacido en 1803, este inventor alemán se anticipó a Atkins, inventó la baby fórmula e hizo posible la pastilla de caldo. Considerado una mente alemana en el siglo 19 barón Liebig, cuyos padres eran los dueños de una quincallería de Darmstadt en 1803, escapó de una infancia de niño obrero mezclando pinturas sólo porque sus padres sobornaron los necesarios fijadores para asegurarse de que fuera admitido en la Universidad de Bonn. Liebig era no solamente bisexual; además era luterano, y se casó más tarde con una mujer católica.
En 1886, los suizos Maggi y Korr crearon las sopas en polvo.
Hasta que William H. Brock escribiera ‘Justus von Liebig: the Chemical Gatekeeper', publicado en 1997, había arraigado de algún modo la creencia de que el procesamiento moderno de los alimentos era un fenómeno norteamericano.
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