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El té en la cocina

"Las Chamanas del Té"
 
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Me invitaron en una ocasión a la ceremonia del té; fue una experiencia excitante; pero como intenté respetar las reglas ortodoxas de tal ceremonia, me dicho sea de paso dura varias horas, me senté en la forma habitual que lo hacen los japoneses –sobre mis pantorrillas- no te cuento que bochorno pasé al intentar levantarme luego de que mis piernas parecían dormidas para siempre…
Pero ese no es el caso. Solía agradecer inmensamente cada vez que Eliza (“Echi”) Berens, me hacía una invitación a su casa para tomar el té. Por ese entonces ella habitaba una regía casa de estilo colonial en una zona preciosa de la bella Asunción del Paraguay –barrio Seminario, que toma ese nombre porque en las cercanías se halla un seminario católico, rodeado de un amplio parque con mucha vegetación, al igual que toda la zona; árboles de mango, aguacates o paltas, pitas, tayis, lapachos, y otras variedades que además de brindar frescura con su frondosidad, nos hacían el regalo de sus frutos y flores. La casa estaba rodeada de árboles y bellos jardines, al entrar a ella uno se sentía invadido por la sensualidad del perfume de jazmines, producto de las estufitas de esencias, que Echi prendía con anterioridad, y en las que colocaba los aceites para ser evaporados, a eso se sumaba sobre las chimeneas –había dos, una en la sala de recibir, y otra en la sala más grande que hacia las veces de sala de estar y comedor diario-, velas de todos los tipos y formas que al estar encendidas otorgaban al lugar un clima mágico. Bueno, también cohabitaban la casa dos cocinas, una amplia con la presencia de una cocinera y la visita de jardineros y personal de mantenimiento, y otra -anexada a la anterior- apenas traspasando una puerta y conectada directamente a la sala, que más que cocina resultaba un pequeño laboratorio de sensaciones, con muchísimos frascos y recipientes con todo tipo de condimentos, hierbas, tes y cuanta salsa o mermelada y conserva de frutas o verduras se te ocurra (Laboratorio privado de Echi, se me permitió su uso –casi prohibido- en dos o tres ocasiones). Echi en ese tiempo pintaba sobre seda –conservo una corbata confeccionada especialmente para mí con mis colores- y recuerdo echaba las cartas con un mazo muy especial de naipes redondos –feministas- producto de su aprendizaje con chamanas.
El té en sí era toda una experiencia de sabores y perfumes traídos de sus largos viajes y producto de una concienzuda recolección de hiervas en muchas tiendas especializadas, preparado a veces, en un recipiente transparente –el cual poseía un deposito especial para las hebras- y echándole por ensima agua caliente se mantenía el calor gracias a una pequeña vela que se hallaba por debajo; Las infusiones adquirían colores desde el dorado intenso hasta el rojo escarlata de acuerdo a la mezcla utilizada; el perfume que invadía las fosas nasales producto de ello era música para el alma. Los había con canela, con clavo de olor, con cardamomo, con jazmines, con rosas, con frutas y cáscaras secas, y miles más; algunos dulces y picantes, otros suaves o intensos.

El té en sí tal vez no sea un afrodisíaco muy potente, pero preparado de esa manera aseguro que es de una sensualidad exquisita.

Gracias Echi por brindarme la experiencia de tus conocimientos tanto en la cocina como en la vida, y por compartir esos té tan maravillosos que nunca olvido.

“Los momentos verdaderamente queridos y vividos, son comparables con los buenos vinos; puede romperse la copa y perderse el sabor, pero jamás se olvidan…” –no recuerdo de quien es-

 
 
 
 
   
 
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