Si bien está claro que la planta cultivada procede de México, único país en donde se cultivaba antes de la colonización española, la especie botánica original de la cual surgió el género Lycopersicon, perteneciente a la familia de las solanáceas, tiene su máxima diversidad en la zona de los Andes peruanos.
Su color, aroma y sabor son las tres gracias que nos brinda este increíble fruto para engalanar nuestra cocina. El “Tomatl” (nombre del que derivaría la palabra ‘tomate’) o científicamente “Lycopersicum esculetum” crudo o cocinado, se distingue por su versatilidad al combinar perfectamente con distintos ingredientes dentro de la cocina y su definitiva conquista de los países mediterráneos uniéndose al pan de trigo, el vino y el aceite es tan profunda y evidente que resulta difícil concebir una cocina italiana, griega o española sin la textura y el maravillosos sabor de este fruto, ni a la tan afamada dieta mediterránea sin los beneficios que el tomate le aporta.
Cuando los conquistadores españoles llegaron a América, los naturales de estas tierras llevaban siglos cultivando y consumiendo el tomate, las primeras semillas de este fruto llegaron a Europa de las manos de estos conquistadores en el siglo XVI. Pero fue rechazado de principio y tardo un poco en ser aceptado por los europeos, que creían que era venenoso, con las reservas que provoca todo lo que es desconocido para el hombre.
La cocina en ese momento era cortesana y el tomate fue rechazado dentro de las cortes, pero finalmente la mas espectacular de las recetas del mundo la maravillosa “Salsa de tomates” se abrió paso en las costumbres culinarias y en el siglo XVII, se extendió el uso de este fruto convirtiéndose así en una hortaliza indispensable dentro de la cocina y en un alimento muy apreciado por la cantidad de vitaminas y minerales que aporta a nuestro cuerpo, ayudando a nuestra salud y que siendo bajo en calorías, nos realza con su sabor cualquier plato.
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