Y entre besos
y besos, dulces esencias que nos arrastran a
la voluptuosa lujuria del placer….
(…)Diez
besos parecerán uno solo, y uno solo
durará como veinte. Un día de
verano no será una hora fugaz, derrochada
la existencia en goces que hacen perder la noción
del tiempo(…) –W. Shakespeare-
Regresa a menudo
y tómame,
sensación bienamada.
regresa y tómame
cuando la memoria se despierte,
cuando un antiguo deseo
pase por la sangre
cuando los labios y la piel recuerden
y las manos crean tocar de nuevo…
Regresa a menudo
y tómame de noche
a la hora en que los labios y la piel recuerdan.
-Constantino Cavafis-
EL BESO
Es divertido ir
viendo la trayectoria del beso a lo largo del
tiempo; como comienzo o inicio de un comportamiento
social, o como preludio de los placeres del
cuerpo….
“El beso se
produce por una especie de movimiento de aspiración
de los músculos de los labios, acompañado
por un sonido más o menos suave. Debe
practicarse en contacto con otro ser vivo o
en con un objeto, caso contrario parecería
que se está llamando a un caballo”
-Chistopher Myrop. (Biólogo francés)
La bióloga
alemana Giselle Dahl deduce, en la revista Nature,
que el beso compromete los tres sentidos más
directamente emparentados con el deseo sexual:
el gusto, el tacto y el olfato. (¿Qué
podemos decir nosotros de la comida?)
La palabra beso
proviene del latín Basium –acción
de besar-, besar del latín basiare, tocar
algunas cosas con los labios contrayéndolos
y dilatándolos suavemente, para manifestar
amor, amistad, o reverencia, y al llevarse a
la practica pone en movimiento doce músculos
faciales, pero la lengua que se pone en acción
cuando la peripecia adquiere alto voltaje erótico,
moviliza otros diecisiete músculos más;
y los latidos del corazón pasan de 70
a 150 por minuto. ¡Todo un ejercicio,
mach@!.
Los antropólogos
aceptan que, hace más de dos millones
de años, los homínido ya se besaban,
así como hoy y siempre se besaron los
chimpancés, y que la costumbre deriva
de la instintiva necesidad que sentían
las mamás homínidas de masticar
la comida hasta convertirla en papilla para
alimentar a sus bebés.
La hipótesis de que halagaran de la misma
manera al macho dominante de la manada, en un
primitivo gesto de adulación y sometimiento,
no parece exagerada.
Generalmente el
beso social se aplicaba en las manos, o mejillas;
los de afecto maternal o paternal en la frente
(los americanos después lo trasladaron
a la boca en forma de piquito); los besos de
amantes, en un pie, muslo, pecho o en la boca;
el beso de la muerte, de la mafia italiana,
en la boca del sentenciado; Los jerarcas soviéticos
prodigaron la excepción a esta regla:
se besaban en la boca, en pleno Kremlin, a la
vista y consentimiento de todo el mundo. Todavía
ningún politicólogo se atrevió
a discernir sí esa exótica variante
de la promiscuidad contribuyó a precipitar
la decadencia del comunismo.
Los besos en el
cine nacieron casi con el invento del cinematógrafo:
el primero de todos fue filmado en 1895 –En
una cinta de celuloide de casi once metros y
cuya proyección duraba apenas cincuenta
segundos-, la película denominada “El
beso” –Realizada por Thomas Alva
Edison; mostraba a John Rice apoyando sus labios
sobre los de May Edwin-. Debió soportar
una andanada de críticas vitriólicas
cuando la libró a la exhibición
pública. Los diarios neoyorquinos maldijeron
el advenimiento del cine si servía de
vehículo a escenas tan lascivas y depravadas,
de manera que el inventor de la lamparita incandescente
se convirtió también en víctima
precursora de la censura cinematográfica.
Los industriales de Holywood ignoraron esos
escozores, convencidos de que los besos de película
incentivarían la voracidad de las taquillas,
ya que cumplirían una imprescindible
función didáctica.
Así entonces, nadie acusó molestias
por el hecho de que en adelante Rodolfo Valentino
y Theda Bara, Hohn Barrymore y Greta Garbo,
Clark Gable y Vivien Leigh y Cary Grant e Ingrid
Bergman se enredaran en una pringosa telaraña
de labios ardientes.
Que se recuerde, solo los besos que se propinaron
Brigitte Bardot y Jean-Louis Trintingnant, en
“Y Dios creo a la mujer” (1956),
sobresalieron a la censura y en varios países
fueron severamente cercenados. Eran, claro,
besos a la francesa, como los que luego copiaron
(en versión mejorada) Kim Basinger y
Mickey Rourke en “Nueve semanas y media”
(1995), sin que nadie mosqueara y sin que ninguna
censura diera muestra de patibundez puritana.
En todo caso, el cine ha sublimado uno de los
gestos de ofrenda amorosa más encomiables,
a medio camino entre los arrebatos del espíritu
y las ganas de abordar la cuestión de
fondo.
-Contenido extraído de “Historia
del Beso”. Norberto Firpo. Rev. La Nación.
Sep.1998-
Mirando películas
de hace años atrás es de destacar
lo osadas para su época de “El
Decameron” y “Los cuentos de Canterbury”,
entre algunas de su tiempo, continuando con
la historia del cine osado es de destacar la
superproducción de “Caligula”,
censurada aun en la actualidad o la revolucionaria
“El imperio de los sentidos” de
Furukawa.
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