En algunas ocasiones me encuentro con niños y adolescentes que responden de forma negativa a los intentos más originales y creativos que puedan realizar sus profesores, sus padres o cualquier profesional que trate de ayudarlos en sus estudios. Esto hace muy difícil el trabajo y si la persona que se propone motivar no utiliza estrategias de compensación, terminará por contagiarse de la desmotivación y el enfado del estudiante.
Mi intención es proporcionarte esas estrategias, que son las mismas que yo empleo en la consulta para conseguir los objetivos que me propongo con cada niño. Te advierto de que no son fáciles de aplicar, pero eso sí, siempre que seas consistente, funcionan.
Si quieres realizar algún comentario o tienes dudas sobre cualquiera de los aspectos que aquí se mencionan, puedes compartirlas en la zona que hemos habilitado para intercambiar experiencias en Facebook, y entre todos, seguro que conseguimos aclararte un poco las ideas.
Cuando el hijo trata de ganar la batalla.
En el primer módulo vimos los motivos que subyacen a la desmotivación. Pues bien, cuando después de haberte pasado tres horas diseñando la mejor manera de que tu hijo disfrute aprendiendo el descubrimiento de América, éste ni se digna a acudir a la cita contigo, acuérdate de esos motivos que pueden estar detrás de su desmotivación y tenlos bien presentes, porque te vas a tener que enfrentar a todos y cada uno de ellos cada vez que intentes motivar a tu hijo.
A continuación te explicaré con un ejemplo una situación con la que te podrás encontrar. Una vez más, déjame aclarar que no siempre va a ser difícil y que de hecho, es posible que tu hijo o hija reaccione estupendamente desde un primer momento, pero este módulo no va dirigido a ese caso, sino a aquellos chicos y chicas con los que es más complicado trabajar.
El caso de Ulises
(nombre ficticio para no dar detalles personales del cliente)
Ulises era un niño de 12 años que acudió a consulta porque decía que no se le daban las matemáticas. Había asistido a clases de apoyo durante toda su escolaridad, es decir, unos 7 años y aún demostraba la agilidad mental de un alumno de 1º de Primaria. No utilizaba estrategias para calcular mentalmente, tenía serios problemas de comprensión lectora y por supuesto, odiaba las matemáticas.
Para concretar más, les voy a contar qué sucedió con el tema de los decimales:
Resulta que para iniciarlo en el tema de los decimales, yo le traje la página web de un sitio en el que podía consultar el precio y las características de su videojuego favorito y él "se hacía el NO INTERESADO". A continuación les diré como se comportó y cómo le respondí a cada una de sus impertinencias:
1º Me dijo que no había traído el libro y que entonces hiciéramos otra cosa. Le dije que no importaba, que como se trataba de introducirlo en el concepto de número decimal, no hacía falta el libro.
2º Me dijo que él ya se sabía el tema y que iba a aprobar seguro, así que no le hacía falta ayuda. A lo que le contesté que él y yo sabíamos que tenía problemas con las matemáticas.
3º Me dijo que él ya había ido a muchas clases particulares y que era imposible, que no iba a aprender nunca nada porque era un tonto. A eso le respondí poniéndole un vídeo en internet de una persona con una gran discapacidad, Nick Vujicic, que había logrado convertirse en un conferencista internacional.
4º Me dijo que eso de los decimales no servía para nada y le dije que casualmente por eso había elegido la web de compra de videojuegos, porque así podía relacionar los decimales del precio con los billetes y monedas de juguete que le había traído e irse familiarizando con el tema.
5º Entonces me dijo "total, mis padres no me lo van a comprar, porque como siempre suspendo nunca me compran nada", a lo que le respondí que si mejoraba sus notas seguro que las cosas comenzaban a cambiar. Y entonces me dijo: "¿no lo podemos aprender de otra manera?"
Entenderán que en ese momento tenía ganas de estrangular a Ulises, pero ya que había solicitado un cambio, decidí entrar en su juego y confesarle que para mí era más fácil marcarle unos ejercicios, ayudarle a resolverlos y luego decirles a sus padres que todo iba muy bien. Pero, que sabía que eso no funcionaba con casi nadie y que además yo adoraba mi trabajo y pretendía pasarlo bien con él mientras le ayudaba a volver a creer en sí mismo, que sabía que él podía hacer grandes cosas y que si me daba la oportunidad le iba a demostrar que podía.
¿Saben que pasó…?
Pues que el niño llamó a su madre para decirle que si se podía quedar un ratito más porque tenía que trabajar los decimales conmigo.
Como verán no fue fácil y el niño trató de manipularme, cuestionarme, desanimarme y
enfadarme por todos los medios posibles, pero al final… ¡gané yo!
La verdad es que no soy una persona competitiva en absoluto y no me tomo mi trabajo como una competición, sino como una batalla dulce. En el sentido de que trato de responder a todos los retos que me ponen los niños y adolescentes con dulzura y comprensión. Es más, si siento que voy a perder los nervios, paro la sesión, me doy una vuelta por el parque o juego a una batalla de almohadas con el niño y libero el estrés a base de golpes y risas. Pero lo más normal, es que cuando me lo ponen difícil lo peor que pueda suceder es que cuando se vayan yo me metra un atracón a chocolate.
Sé que muchos estarán pensando, "yo no tengo esa paciencia" y es que no se trata de paciencia, sino de autocontrol y marketing. Quiero decir, que yo me fijo un objetivo concreto y escucho de forma activa a todas las señales que el niño o adolescente emite para ver más allá de ellas y llegar a sus detonantes originales, que normalmente son dos: miedo y frustración.
Desde ese momento, para mí se trata de algo parecido a un pajarito herido, al que no voy a juzgar, ni pegar si me pica porque mi objetivo es curarlo.
Pero insisto: no es algo fácil. Por ello, siempre me preparo e investigo todo lo que puedo sobre el niño antes de comenzar a tratarlo. Por eso, pienso que los padres son los mejores terapeutas para sus hijos, porque los conocen bien. De hecho, mejor que nadie. Sin embargo, deben aprender a abstraerse de sus propios prejuicios si quieren ayudarles.
Ejercicio práctico:
Antes de comenzar a trazar el plan para motivar a tu hijo, busca todos sus boletines de notas (todos los de su vida si es posible) y dedica un par de horas a leerlos y anotar tus impresiones. Quizá te des cuenta de que tu hijo no ha recibido ninguna valoración positiva en su vida, o de que sus profesores recurrían en exceso a la técnica de ponerle medio punto menos para que "así suspendiera y se estimulara" o simplemente, que para tu hijo la Educación Secundaria supone un claro reto.
Este ejercicio te ayudará a empatizar con las emociones que puede experimentar tu hijo frente al estudio y así reconocerlas con más facilidad cuando aparezcan, con lo que tenderás a aceptarlas y comprenderlas con más facilidad.
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