El aprendizaje comienza cuando se sabe, conoce o distingue alguna actividad física, emocional o intelectual. Todo ser humano nace con un potencial para aprender. Sin embargo, sólo aquellas personas que desarrollan su potencial pueden llevar a un nivel pleno sus habilidades. Durante la infancia, es posible aprender más fácil y rápidamente, ya que el cerebro de un niño es mucho más activo que el de un adulto.
Durante la primera infancia, el aprendizaje se traduce en conexiones cerebrales que transmiten y guardan información. Cuando un bebé viene al mundo, su cerebro es una jungla de neuronas, todas esperando a ser enlazadas en el telar de su mente. Algunas de sus neuronas ya han sido conectadas par los genes, hacia circuitos que ordenan la respiración, controlan el ritmo cardiaco, regulan la temperatura y establecen reflejos. Pero trillones de trillones de neuronas son puras, con un potencial infinito, esperando a ser enlazadas para formar circuitos; que algún día podrán ser activadas para componer canciones a realizar cálculos matemáticos. Si las neuronas se usan, se integran en los circuitos del cerebro, conectándose con otros circuitos, si no se usan, el propio sistema nervioso las cancela de modo prácticamente definitivo.
Dichas conexiones se crean a través de la repetición y la experiencia. Dale Curves, de la Universidad de Duke, dice "Las conexiones no se forman tan sólo deseándolo: deben ser promovidas con la actividad."
Cuando se es niño, no todos los conocimientos se pueden procesar fácilmente. Por ejemplo, no es fácil enseñar a un niño de 4 años a jugar ajedrez o a desarrollar cálculos matemáticos. Sin embargo, los niños sí son capaces de procesar música, además de disfrutarla.
A través de su percepción auditiva, visual y sensorial, los pequeños son capaces de imprimir en su memoria las vivencias emocionales que inician el proceso de aprendizaje. Cuando estas vivencias se repiten varias veces, dan por resultado una huella en la memoria. Análogamente, los bebés asimilan, aún antes de nacer, los sentimientos maternos que, al igual que la música, son determinantes para su formación. Estas huellas de la existencia influyen en la forja ulterior de la personalidad de los niños.
De todos los descubrimientos que se han hecho en los laboratorios neurocientíficos en los últimos años, el descubrimiento de la actividad eléctrica de las células en el cerebro, que ayuda al cambio sus estructuras físicas, es una de las más impresionantes.
Las conexiones rítmicas de las neuronas (la llamada "sinapsis") no se asume como un producto que ha de ser construido, sino esencialmente como un proceso, y el principio de su entretejido se establece aún antes de nacer.
A una semana de la concepción, el cerebro muestra la configuración de una suerte de hilera filamentosa de avanzada, que camina fuera del tubo neural del embrión. No deja de resultar maravilloso el hecho de que se crean y desarrollan casi 250 000 neuronas por minuto en el cerebro del bebé durante la gestación.
Al unirse las neuronas, se forman las conexiones neuronales. Los genes determinan las rutas por las cuales habrán de viajar dichas neuronas para hacer sus conexiones.
Después del nacimiento, las señales llegan al cerebro a través de las experiencias sensoriales, para formar así una especie de huella que progresivamente se refina más y más.
Las células del cerebro de un bebé proliferan ampliamente, haciendo conexiones que pueden formar un modelo vigente de por vida. Es ampliamente sabido, en este sentido que los primeros tres años en la vida del niño son especialmente determinantes en la vida ulterior de la persona.
Es pues la experiencia global de la infancia, la que determina que neuronas son usadas y las que se conectan a los circuitos del cerebro. Así como un programador configura los circuitos en la computadora, las experiencias que tu hijo tenga, determinarán si crecerá siendo inteligente o menos brillante, miedoso a seguro de sí mismo.
El pediatra neurobiologista Harry Chungani, de Ia Universidad del Estado Wayne, dice:
'Las primeras experiencias son tan poderosas, que pueden cambiar completamente Ia manera de ser de una persona".
¿Cual es la relación entre música y lenguaje?
Antes que las palabras, en el mundo del recién nacido hay sonidos. Cuando un bebé escucha un fonema (ba-da-) varias veces, las neuronas de su oído estimulan la formación de conexiones en la corteza auditiva del cerebro. Cuando se establecen los circuitos básicos, el bebé empieza a cambiar los sonidos por palabras.
"Entre mayor sea el número de palabras que el bebé escuche, más rápidamente empezará a hablar", afirma Janellen Huttenlocher, de Ia Universidad de Chicago.
Durante los primeras años de vida, el cerebro, transita y se continúa formando a través de una serie de cambios extraordinarios. Inmediatamente después del nacimiento, el cerebro del bebé produce trillones de conexiones entre neuronas, que son mucho más de la que en realidad puede usar en ese momento.
Como ya lo señalábamos antes, en el curso de su proceso vital, el cerebro elimina conexiones o forma circuitos que se establecen o se desechan.
Los expertos han llegado a la conclusión, conforme a los más recientes hallazgos, que el bebé no viene al mundo genéticamente programado o con una mente completamente en blanco, a plena merced del medio ambiente, sino que llega con algo mucho más interesante, en que el universo de sensaciones que experimenta alienta la formación de circuitos.
Cada vez que un bebé trata de tocar o acercarse, a un objeto, cada que intenta acariciar una cara o escuchar una canción de cuna, pequeños toques eléctricos recorren su cerebro, tejiendo a las neuronas entre sí y formando circuitos.
Educar a un bebé, es jugar con bloques, cuentitas, hablarle, contarle y escuchar cierta música y desarrollar un vínculo afectivo a través del amor que ayudará al desarrollo cognitivo, social y motor.
Alrededor de los 4 meses, la corteza cerebral empieza a refinar las conexiones que se necesitan para una percepción profunda. Al año, los centros del cerebro están listos para producir uno de los momentos más mágicos de la infancia: la primera palabra, que marca el inicio del florecimiento del lenguaje. Estos niños los que han sido "bañados" con música y motivados del modo antes indicado suelen ser mejores en matemáticas y en lectura.
Cantar canciones de cuna, cantarle cuentos al bebé aún antes de nacer estimula su camienzo hacia el habla. Es una preparación verbal pues, como dice Huttenlocher: "Existe un enorme vocabulario por ser aprendido, el cual sólo puede hacerse propio gradualmente a través de la repetición de las palabras."
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