El miedo a no dar la talla puede combatirse
Un rubor que invade las mejillas, el sudor frío en las manos y la frente,
los latidos que se aceleran, un nudo en la garganta, las mandíbulas
apretadas, los molestos gases en el aparato digestivo, temblores, algunos
tics y un sin número de síntomas difícilmente controlables, invaden con
frecuencia a los tímidos más problemáticos cuando se encuentran ante otras
personas.
Es, en realidad, un conjunto encadenado de manifestaciones psicosomáticas
que el tímido trata de esconder. Y, ante el evidente fracaso de su
propósito, las cosas empeoran aún más. Si no sabe ubicarse y actuar en una
reunión de amigos o de trabajo, por ejemplo, en un principio se ruborizará.
Pero esto no es lo peor: al darse cuenta de que llama la atención, el rubor
aumentará; si, además, alguien le hace la observación de que se está
poniendo colorado, terminará por vivir el encuentro casi como una tragedia.
La timidez siempre está relacionada con el contacto social. Por eso, hay
muchas y variadas situaciones en las que el tímido puede sufrir con el
contacto humano: encontrarse a solas con alguien en el ascensor, hacer una
pregunta en público, efectuar una reclamación en un restaurante, devolver
una prenda en la boutique, iniciar una relación de pareja, .... Ahora bien,
ciertos niveles de timidez pueden incluso resultar atractivos porque
despiertan en los demás sentimientos de ternura, ante la manifiesta
debilidad y necesidad de protección que emana del tímido.
Por eso, algunos
tímidos resultan tan interesantes para ciertas mujeres, que ven en ellos
personas a mimar y proteger, y una estupenda ocasión de manifestar su
instinto maternal.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones la timidez se convierte en una
tortura, un problema patológico que impide al individuo relacionarse con
normalidad.
¿Cuándo se puede decir que la timidez adquiere el marchamo de
“preocupante”?
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