¿Cuándo se puede considerar la timidez patológica y requiere, por tanto, que
se actúe decididamente sobre ella?
La señal de alarma es el
sufrimiento: cuando ese temor al contacto con los demás produce angustia,
desestabiliza y perjudica a la persona en sus relaciones laborales, de
amigos y familiares, hay que intervenir: el bienestar emocional y, en
general, la calidad de vida, se resienten demasiado.
Ser tímido, aclarémoslo, no es lo mismo que ser introvertido.
La persona
introvertida es reservada y vive, predominantemente, hacia dentro de sí
misma. Prefiere expresarse con parquedad. Pero puede, perfectamente, no ser
tímida. Algunos introvertidos lo son porque eligen disfrutar de su mundo
interior y no salir mucho de sí mismos.
Incluso pueden ser excelentes comunicadores. Y también hay tímidos que hacen
esfuerzos titánicos por superarse y se han convertido en personas que
aparentemente se relacionan muy bien.
El tímido es, normalmente, una persona muy emotiva que tiene miedo de actuar
mal y por eso evita el contacto con los demás. No se fía mucho de sí mismo
ni de los demás.
Algunos tímidos que aceptan su timidez como un componente
de su personalidad logran sobreponerse, pero en otros casos su carácter les
causa un severo sufrimiento. Muchos de ellos no han podido soportar la
angustia del aislamiento progresivo al que ellos mismos se han condenado y
al que irremediablemente les empuja una sociedad que no se anda con muchas
contemplaciones con los aparentemente más débiles. ¿Y cómo reaccionan para
sobrevivir?
En algunos casos, con conductas compensatorias: agresividad,
despotismo, frivolidad, o intentando llamar la atención de los demás
mediante el chiste fácil o el falso liderazgo.
Son mecanismos de defensa
interesantes de conocer, porque funcionan como una máscara que oculta a los
tímidos y los hace difíciles de reconocer
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