“...un día de invierno, al
volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía
frío, me propuso que tomara, en contra
de mi costumbre, una taza de té. Primero
dije que no, pero luego, sin saber por qué,
cambié de idea. Mandó mi madre
por uno de esos bollos, cortos y abultados,
que llamaban magdalenas, que parece que tienen
por molde una coquille Sain-Jacques. Y muy pronto,
abrumado por el triste día que había
pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico
por venir, me llevé a los labios una
cuchara de té en el que había
echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo
instante en que aquel trago, con las migas del
bollo, tocó mi paladar, me estremecí,
fija mi atención en algo delicioso me
invadió, me aisló, sin noción
de lo que lo causaba. Y él me convirtió
las vicisitudes de la vida en indiferentes,
sus desastres en inofensivos y su brevedad en
ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor,
llenándome de una esencia preciosa; pero,
mejor dicho, esa esencia no es que estuviera
en mí, es que era yo mismo… Y de
pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que
tenía el pedazo de magdalena que mi tía
Leoncia me ofrecía, después de
mojado en su infusión de té o
de tilo, los domingos por la mañana en
Combray (porque los domingos yo no salía
hasta la hora de misa) cuando iba a darle los
buenos días a su cuarto… En cuanto
reconocí el sabor del pedazo de magdalena
mojado en tilo que mi tía me daba…
la vieja casa gris con fachada a la calle, donde
estaba su cuarto, vino a mi memoria como una
decoración de teatro…; y con la
casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta
la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde
me mandaban antes de almorzar, y las calles
por donde iba a hacer los recados, y los caminos
que seguíamos cuando hacía buen
tiempo.
Y como ese entretenimiento de los japoneses,
que meten en un cacharro de porcelana pedacitos
de papel, al parecer, informes, que en cuanto
se mojan empiezan a estirarse, convirtiéndose
en flores, en casas, en personajes consistentes
y cognoscibles, así, ahora, todas las
flores de nuestro jardín y las del parque
de Monsieur Swann y las ninfeas del Vivonne
y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas
chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus
alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que
va tomando forma y consistencia, sale de mi
taza de té”.
-“POR EL CAMINO DE SWANN”, Marcel
Proust-
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