La sexualidad es, fundamentalmente, el motor de nuestra vida desde el día que nacemos hasta el instante antes de nuestra muerte.
Por eso es que la sexualidad no está circunscripta a un intercambio físico con otro u otros, sino a un encuentro emocional que permite la integración personal.
Comunicar nuestros gustos, necesidades, fantasías, nos acerca al otro y nos hace crecer a nosotros.
Así es que demanda ser cuidada. Mejorarla mejora también nuestra calidad de vida y nuestra salud. El derecho a informarnos, reflexionar acerca de ella y explorar nuestras posibilidades, debe ser ejercido y facilitado por la comunidad a lo largo de todo el proceso de vida, desde la infancia hasta la adultez mayor.
Si concientizamos nuestro sistema de valores sexuales y nos preguntamos acerca de él, y tal vez hasta lo replanteamos, comprenderemos que el ejercicio de la sexualidad es un derecho.
Esto nos llevará a poder decidir libremente los caminos para reconocer nuestra capacidad sensitiva y la del otro en cada momento de nuestra vida; decidir la planificación de nuestra familia desde la adolescencia, apropiándonos de la función reproductiva de la sexualidad, apropiarnos de nuestra vida, ser solidarios y respetuosos con la vida de los otros…
La sexualidad nace con nosotros. El cachorro humano llega al mundo en situación de absoluta indefensión, y allí es recibido por un adulto.
Lo primero que nos dan es el alimento, pero con él –inmediatamente- llegan las caricias, las miradas, el cuidado del cuerpo.
A partir de ese momento, a partir de que alguien nos espera y nos recibe en este mundo, allí -con nuestro primer vínculo social-, ya somos seres sexuados, ya comienza a desarrollarse nuestra sexualidad.
El reflejo de la succión en el bebé es el primer vehículo que facilita el contacto sexual con otro, con su madre o quien realice esa función. Con la succión llega el ingreso del alimento, la leche, su tibieza, el primer recorrido por el esófago serán las primeras fuentes de placer para el recién nacido, las que recibirá con miradas, caricias y mimos de un adulto de su misma especie.
De allí hasta la conformación de la sexualidad del adulto, recorrerá varias etapas, cambios, modificaciones a través del desarrollo del cuerpo, del devenir de la conformación psíquica, de la determinación del entorno familiar, de la influencia de entorno social …
Nos encontramos hoy nosotros, jóvenes o adultos, siendo “un todo”, una unidad.
Parece simple y sencillo al enunciarlo así, ya que de hecho así lo vivimos cotidianamente… sin embargo la comprensión de la sexualidad como una resultante de la relación de factores biológicos, psicológicos y sociales resulta una empresa compleja y fascinante.
La sexualidad se va estructurando desde antes del nacimiento a través del deseo de nuestros padres y el inicio de nuestra conformación orgánica, y forma en la adultez, parte de la personalidad en general.
La capacidad de sentir placer, de conectarse con la vida y la cotidianeidad con satisfacción y alegría tiene estricta relación con una sexualidad saludable. Los factores estresantes del entorno en el que vivimos, influyen de manera determinante sobre nuestra vida sexual.
La genitalidad es una parte de la sexualidad en general, importante para la estructuración de nuestro equilibrio psíquico, pero no exclusiva.
La expresión de la sexualidad compendia en cada acto mucho más que la sumatoria de aspectos biológicos, familiares, psíquicos y sociales, aspectos que no son más que partes de un todo que somos los humanos, en donde el resultado (nosotros) es más que la suma de sus partes.
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